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¿No sabe sonreír?

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Por: Dale Carnegie

¿No tiene ganas usted de sonreír? Bien, ¿qué hacer? Dos cosas. Primero, esforzarse en sonreír. Si está solo, silbe o tararee o cante. Proceda como si fuera feliz, y eso contribuirá a hacerlo feliz. Veamos la forma en que lo dijo el extinto profesor William James:

“La acción parece seguir al sentimiento, pero en realidad la acción y el sentimiento van juntos; y si se regula la acción, que está bajo el control más directo de la voluntad, podemos regular el sentimiento, que no lo está”.

“De tal manera, el camino voluntario y soberano hacia la alegría si perdemos dicha alegría, consiste en proceder con alegría, actuar y hablar con alegría, como si esa alegría estuviera ya con nosotros…”.

Todo el mundo busca la felicidad y hay un medio seguro para encontrarla. Consiste en controlar nuestros pensamientos. La felicidad no depende de condiciones externas, depende de condiciones internas.

No es lo que tenemos o lo que somos o donde estamos o lo que realizaremos, nada de eso, lo que nos hace felices o desgraciados. Es lo que pensamos acerca de todo ello. Por ejemplo, dos personas pueden estar en el mismo sitio, haciendo lo mismo; ambas pueden tener sumas iguales en dinero y en prestigio, sin embargo una es feliz y la otra no.

¿Por qué? Por una diferente actitud mental. He visto tantos semblantes felices entre los peones chinos que trabajan y sudan en el agobiante calor de China por siete centavos al día, como los he visto entre los paseantes de Park Avenue.

Nada es bueno o malo -dijo Shakespeare-, sino  que el pensamiento es lo que hace que las cosas sean buenas o malas.

Abraham Lincoln señaló una vez que “casi todas las personas son tan felices como se deciden a serlo”. Tenía razón. Hace poco conocí un notable ejemplo de esa verdad. Subía las escaleras de la estación de Long Island, en Nueva York. Frente a mí, treinta o cuarenta niños inválidos,  con bastones y muletas, salvaban trabajosamente los escalones. Uno de ellos tenía que ser llevado en brazos. Me asombró la alegría y las risas de todos ellos, y hable al respecto con uno de los hombres a cargo de los niños. “Ah, sí -me dijo-, cuando un niño comprende que va a ser inválido queda asombrado al principio pero, después de transcurrido ese asombro, se resigna generalmente a su destino y llega a ser entrañablemente feliz… y muchas veces, más feliz que la mayoría de la gente”.

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