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Pequeños Detalles, Grandes Diferencias

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  Cuando llegué a casa esa noche, mientras mi esposa servía la cena, la tomé de la mano y le dije: “Tengo algo importante que decirte”. Sólo se sentó a comer en silencio. Yo podía observar el dolor en sus ojos. 
 
  De pronto ya no sabía cómo abrir mi boca. Pero tenía que decirle lo que pensaba. 
 Quiero el divorcio -le dije lo más suave que pude-. 
 
  Mis palabras parecieron no molestarle. Al contrario, muy tranquilamente me pregunto:
  ¿Por qué? 
 Evité su pregunta con mi silencio. Esa noche, ya no hablamos más. Ella lloraba en silencio. 
 
 Yo sabía que ella quería saber qué le había pasado a nuestro matrimonio. Pero yo no hubiera podido decirle que ya no la amaba, que mi corazón ahora le pertenecía a Eloísa. 
 
  Con un gran sentido de culpa, redacté un acuerdo de divorcio en el que le daba nuestra casa, nuestro auto y un 30% de las acciones de mi empresa.
 
  Después de leerlo ella lo rompió en pedazos. La mujer que había estado quince años de su vida conmigo ahora era una extraña. Me sentí mal por todo ese tiempo y energía que desperdició conmigo. Todo eso que yo nunca le podría reponer. Pero ahora ya no había marcha atrás, yo amaba a Eloísa. Por fin mi esposa soltó el llanto frente a mí, eso era lo que yo esperaba desde el principio. Verla llorar me tranquilizaba un poco, ya que la idea del divorcio que me preocupaba tanto ahora era más clara que nunca. 
 
  El siguiente día, llegué a casa muy tarde y ella estaba en la mesa escribiendo algo. Yo no había cenado, había pasado un día muy intenso con Eloísa y tenía más sueño que hambre y mejor me retiré a dormir. 
 
  En la mañana me presentó sus condiciones para aceptar divorciarse: No quería nada de mí, pero necesitaba un mes antes de firmar el divorcio, me pidió que en ese mes tratáramos de vivir una vida lo más normal posible. Sus razones eran simples: nuestro hijo tenía unos exámenes muy importantes ese mes y no lo quería mortificar con la noticia del divorcio de sus padres. 
 
  Esto era algo en lo que yo también estaba de acuerdo. Pero había más, me pidió que me acordara cómo la cargué el día de nuestra boda. 
 
  Y ahora quería que cada día de este mes, la cargara de nuestra habitación a la puerta de la casa… Pensé que se estaba volviendo loca. Pero decidí aceptar este raro requisito con tal de que este mes pasara sin más peleas o malos momentos. 
 
  Le platiqué a Eloísa de las condiciones que puso… se rió y en tono burlón dijo que era muy absurdo. ‘‘No importan los trucos que se invente, ella tiene que aceptar la realidad, que se van a divorciar’’. 
 
  Desde que le expresé mis intenciones de divorcio, mi esposa y yo no teníamos ningún contacto íntimo. El primer día que la cargué se me hizo un poco difícil. Nuestro hijo nos vio y aplaudió de felicidad al vernos. Desde nuestra habitación a la puerta caminé como treinta pies con ella en mis brazos. Ella cerró sus ojos y me dijo al oído que no le dijera al niño del divorcio. Me sentí muy incomodo. 
 
  El segundo día fue un poco más fácil. Ella se recargó ligeramente en mi pecho. Podía oler la fragancia de su blusa. Me di cuenta que desde hace tiempo no le había puesto mucha atención a esta mujer. Me di cuenta que ya no era tan joven, había un poco de arrugas en su cara, su pelo ya mostraba canas. Ese era el precio de nuestro matrimonio. Por un minuto me pregunté si yo era el responsable de esto. 
 
   Al cuarto día, cuando la cargué. Sentí que regresaba un poco de intimidad. Esta era la mujer que me había dado quince años de su vida. 
 
  El quinto y sexto día, me di cuenta que el sentimiento crecía otra vez. No le platiqué nada de esto a Eloísa. 
 
  Conforme los días pasaban se me hacia más fácil cargarla. Quizás el ejercicio de hacerlo me estaba haciendo más fuerte. 
 
  Una mañana la vi que estaba buscando un vestido para ponerse, pero no encontraba nada que le quedara. Sólo suspiró y dijo, todos mis vestidos me quedan grandes. Fue ahí donde me di cuenta que por eso se me hacía muy fácil cargarla. Estaba perdiendo mucho peso, estaba muy, pero muy delgada. 
 
  De repente entendí la razón… estaba sumergida en tanto dolor y amargura en su corazón.  Nuestro hijo entró en ese momento y dijo, Papá es tiempo que cargues a mamá. El ver a su papá cargar a su mamá todos los días se le había hecho costumbre. Mi esposa le dio un fuerte abrazo. Yo mejor miré hacia otro lado por temor a que esa conmovedora imagen me hiciera cambiar de planes. Entonces la cargué, y empecé a caminar hacia la puerta, su mano acarició mi cuello, y yo la apreté fuerte con mis brazos, justo como el día que nos casamos.
 
  Pero su estado físico me causó tristeza. La abracé fuerte y le dije: nunca me di cuenta que a nuestra vida le hacía falta algo así…. Y me fui a trabajar. 
 Aquella tarde salté fuera de mi auto y me apresuré. Temía que en cualquier momento podría cambiar de opinión; subí las escaleras, Eloísa abrió la puerta y le dije: Lo siento mucho pero ya no me voy a divorciar. 
 
  Ella no podía creer lo que le estaba diciendo, hasta me tocó la frente y me preguntó si tenía fiebre. Lo siento Eloísa, ya no me voy a divorciar. Mi matrimonio era muy aburrido porque ni ella ni yo supimos apreciar los pequeños detalles de nuestras vidas. No porque ya no nos amaramos. Ahora me doy cuenta que cuando nos casamos y la cargué por primera vez esa responsabilidad es mía hasta que la muerte nos separe. 
 
  Eloísa en este momento salió del shock y me dio una fuerte bofetada, y llorando cerro su puerta. Corriendo bajé las escaleras y me fui de ahí. 
 
  Pare en una florería, ordené un bonito ramo para mi esposa. La chica me preguntó qué le ponía a la tarjeta. Sonreí y escribí, “Siempre te llevaré en mis brazos hasta que la muerte nos separe” 
 
  Esa noche cuando llegué a casa, con las flores en mis manos y una sonrisa en mi cara, subí a nuestro cuarto sólo para encontrar a mi esposa en su cama… Muerta!
 
  Ella estaba enferma y el día en que le pedí el divorcio, ella se acababa de enterar, que no le quedaba más de un mes.
 
  Los pequeños detalles es lo que de verdad importa en una relación. No la mansión, el carro, propiedades o dinero. Estos crean un falso sentido de felicidad que no lo es todo. Mejor encuentra tiempo para ser el amigo de tu esposo o esposa, y tómense todo el tiempo necesario con esos pequeños detalles que hacen la diferencia…. Que tengan un feliz matrimonio!!!
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