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¿Quieres amarrar a tu hombre?… Aflójale la soga!

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“Por inexplicable o absurdo que sea, hace seis años decidí tomar un descanso del matrimonio, y no me tilden de loca, porque creo que valió la pena”

“A fuerzas, ni los zapatos entran” dice un conocido refrán, pero esto muchas mujeres no lo entienden y se aferran aún más a su hombre, sin pensar que esto puede ser un gran error

“Por inexplicable o absurdo que sea, hace seis años decidí tomar un descanso del matrimonio, y no me tilden de loca, porque creo que valió la pena”

Era de esperarse que conocidos se sorprendieran, tanto así que una amiga divorciada desde hacía mucho, empezó a llamarme religiosamente cada dos domingos, para averiguar si mi “ex” ya no era fruta prohibida. Otra conocida, que había dejado de hablarme, de pronto me invitó a almorzar. Pensé que me había perdonado cualquier cosa que yo le hubiera hecho. Pero no, al despedirnos reveló sus intenciones susurrándome: “Bueno, ¿y ustedes cuando van a liquidar este asunto?” De nada sirvió tratar de explicarle que simplemente lo estaba dejando suelto yo a él -y él a mí-, pero que seguíamos viéndonos. Ni yo misma entendía lo que decía. “No hemos terminado”, sollocé, “ni terminaremos hasta que cante el gallo”, y el gallo no ha cantado todavía.

Creo que descubrir el elemento radio debe haber sido más fácil que lo que yo estaba tratando de hacer: ¡Buscar la manera de conservar un hombre, dándole su libertad… ¡Qué locura!

Cuando lo dejé, no sabía cuánta libertad quería que él tuviera ni cómo iba a terminar todo. Pero estaba segura de varias cosas: de que estaba enamorada de él y lo necesitaba, de que estuvimos pasándola mal juntos demasiado tiempo, y de que la libertad daba más miedo que la cárcel.

Recuerdo que mi madre dejó libre a mi padre cuando él se enamoró de una pelirroja. Yo tenía unos tres años y él estaba tarareando una canción de moda mientras recogía sus cosas para irse. Pero en los dieciséis años que vivieron separados, papá fue a cenar con nosotros todos los viernes, mamá le consultaba hasta sobre sus enamorados, y él nunca se casó con la pelirroja por la que nos había abandonado. Si el propósito de mi madre hubiera sido retenerlo, no lo hubiera hecho tan bien. Con el tiempo, fue ella la que se cansó, se divorció y se casó otra vez, papá se fue en un crucero donde le propuso matrimonio a la primera pelirroja que bailó con él. Años más tarde, en el funeral de mi padre, había unas cuantas pelirrojas (incluyendo a la original), pero mi madre, con el pelo oscuro todavía, figuró como única viuda. Papá nunca fue de otra mujer.

Es cierto que la mayoría de la gente, incluyéndome a mi, no haría eso, pero también la mayoría de la gente que termina el problema tirándose los platos a la cabeza, o con pleitos sobre la custodia de la cotorra o el estereo, no parecen arreglar las cosas mucho mejor. En Irlanda, donde viví por temporadas cerca de tres años, no hay divorcio. En nombre de la libertad, la gente desconecta, reconecta y sin embargo sigue conectada, en formas increíbles. Las antiguas esposas y las nuevas amantes, son y se mantienen, como de la familia; hasta la generación más vieja, tan apegada a la tradición, acepta un aflojamiento de los lazos que no rompa la unión.

Hace tiempo, en otro país, me enamoré como una loca de un hombre que decía quererme mucho también, pero no sólo a mí. Todavía me acuerdo de la noche que le planché la camisa de rayas azules que iba a ponerse para salir con otra. Me pidió que lo esperara, y le puliera un informe que estaba escribiendo. ¡Evidentemente estaba perdidamente enamorada de él! Llegó a las dos de la mañana con la camisa ligeramente arrugada, le echó una ojeada al trabajo, me besó apasionadamente y se ofreció a acompañarme hasta el taxi.

Quisiera poder decir que al otro día subarrendé mi apartamento, compré un pasaje para irme del país ¡sin boleto de regreso!, pedí un traslado en el trabajo y dejé de oír los recados en la contestadora. Sí, hice todo eso… Pero a los cuatro meses. Y la noche antes de mi vuelo me pidió que nos casáramos. Pero ahora que lo pienso, lo difícil no fue conseguir que él se decidiera a amarrarse, sino descubrir que yo podía vivir sin él.

Es esto prueba palpable del viejo adagio de sujetar con la mano abierta… Y de hecho cualquier cosa que sujetes, no se irá mientras dejes la mano abierta. Pero ciérrala firmemente y verás como se te escurre entre los dedos. Desde luego, si eres tú quien dice adiós, aunque lo digas de veras, lo más probable es que él no te crea, sobre todo si sabe que lo amas. Los hombres están entrenados para creer que el adiós de una mujer, tiene un parecido más que leve con el no de una mujer, que equivale a un quizás.

Si al fin logras dejarlo ir, pero él vuelve de todos modos, ¡prepárate! Quizás llegues a preferir que no lo hubiera hecho. En definitiva, ni el divorcio resulta a veces, en estos tiempos mucha gente se divorcia y vuelve a salir con un ex, o hasta se vuelve a casar con él, porque le preocupa el sexo con alguien nuevo. Si te gusta la idea, tienes poco que perder dándole la libertad provisional, y si más tarde “hay regreso”…., Quizás tu hombre haya perdido su encanto de otra época, pero por lo menos, sabes dónde estuvo antes, por lo menos, es un diablo conocido. Por lo menos aflojaste la soga y probaste!

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