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Confesión de un doctor arrepentido

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La salud no es buen negocio…

   Mi decisión no fue cosa de hoy, no es que al despertar esta mañana haya amanecido con la idea de abandonar todo y retirarme al campo. La cosa venía madurando, el proceso había sido lento, desgastante, mortificador. Lo que pasó ayer por la tarde fue nada más el detonante.

   Durante más de tres décadas había venido violando el juramento hipocrático; al principio con poca noción de la barbaridad que estaba (estábamos) cometiendo. En los años recientes, a medida que se iban esclareciendo las cosas (siempre estuvieron claras pero no queríamos aceptarlo), fui adquiriendo conciencia y me descubrí tal cual era, un minúsculo engranaje del más monumental y maquiavélico de los negocios.

  Tuvo que sucederme esto para decir basta, para sacar la cabeza del inmundo hoyo e intentar (por poco tiempo lo sé) respirar aire puro. Aunque no voy a engañar a nadie con hacerme el santito a esta altura de mi vida. Sería distinto si hubiera respetado la ética profesional tiempo atrás, cuando recién empezaba a practicar medicina y no tenia adonde caerme muerto. Ahora con más de medio millón en la cuenta de banco, mis hijos criados y lejos, y millares de pacientes enterrados con mi ayuda, seria el mayor de los cínicos si me presentara como un quijote, luchador social.

   Me costó poco entender cómo se maneja la inmundicia esta: tú sigues las directivas del establishment médico, utilizas el catálogo de drogas y tratamientos que te recomienda el “Big Pharma” (la multinacional farmacéutica), no cuestionas nada, y con el tiempo tu billetera va engordando y engordando.

  Cuando joven (estudiaba en Boston) era idealista por exageración. Por aquellos años mis padres me convencieron de abandonar el seminario para estudiar medicina. Creí que desde esa profesión podría aportar a la sociedad. Yo quería transformar el mundo, ayudar a los pobres, construir una sociedad más humana. Salud al alcance de todos era mi caballito de batalla.

   Me da vergüenza acordarme de eso, porque cambié. Cuántas veces (verdugo disfrazado de doctor) firmé la orden de ejecución, sabiendo que en muchos casos existían mejores soluciones. Que la cirugía, la quimio y la sala de rayos X solo acelerarían el desenlace, agudizando el sufrimiento de mis pacientes. En cuántas ocasiones me burlé o hasta fingí indignarme cuando me consultaban sobre métodos holísticos alternativos y medicina natural. Siempre ignorando las estadísticas serias que mostraban otra realidad. Me rasgué el delantal cuando alguien mencionó los nombres prohibidos de Max Gerson, Jason Vale o Burzynski, los verdaderos David en esta lucha desigual.

   Los oncólogos (casi todos, aunque debo decir que hay loables excepciones), somos una especie de aves carroñeras, alimentándonos de los despojos que nosotros mismos ayudamos a crear y, como gran parte de los agentes de salud, nos constituimos en un grupo de autómatas idiotizados por el dinero, sin respeto al prójimo, en falta con la vida misma.

    La cosa no va a cambiar en un futuro próximo, el sistema parece hoy más aceitado que nunca.

   Ahora, para mí, es demasiado tarde. Podría salir a gritar a los cuatro vientos que se está cometiendo una atrocidad, que en el 90% de los casos la quimioterapia no cura, sino que mata, que la cirugía de tumores cancerosos encapsulados es innecesaria, que (¡Dios mío, si todo está tan claro!) se están atacando los síntomas y no las causas, que en la dieta se encuentra el secreto mágico, recetar el cuerpo es la clave. Podría denunciar el genocidio más grande del nuevo milenio… pero pocos me oirían, se encuentran adoctrinados por los medios de comunicación y por la clase política corrupta.

   El otro día, mi asombro dio paso al terror, al descubrír que altos políticos de nuestro país, (la nación más desarrollada del mundo),  son accionistas de empresas farmacéuticas, y alguno es dueño de una cadena de medios y presidente honorario del ente que rige a la corporación medica. No me hubiese extrañado (no quise investigarlo) que también tuvieran acciones en la industria alimenticia que nos envenena, provocándonos la mayoría de las enfermedades. De esta forma el círculo cerraría perfectamente.

   Podría implorar que eduquen a los niños en la forma en que deben alimentarse, que acaben con la comida chatarra y fomenten la ingestión de productos orgánicos y la realización de ejercicio físico (cosas que por otra parte nunca practiqué en mi vida), pero… ¿a quién le puede interesar?, o mejor dicho a los que tienen el poder no les interesa. La salud no es negocio, eso está clarísimo.

   Ahora (y lo repito hasta el hartazgo, rezando porque el diablo se apiade de mí) es demasiado tarde. Sobre todo porque los papeles apoyados en mi mesita de luz, certifican que tengo un cáncer de páncreas en grado terminal (ni un mes se arriesgan a regalarme los malditos) y un estimado colega me recomienda empezar mañana mismo la quimioterapia.

    Última página del diario personal del fallecido doctor John Wilbur Jackson, encontrado en su casa de campo en Massachusetts, en diciembre del 2011.

       Cualquier parecido con la realidad es coincidencia

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