¡¡Alejandro, deja de jugar y ponte a estudiar!!…¡¡María, arregla tu habitación que está hecha un desastre!!”.
“Cuando están cansados, tensos o preocupados, muchos padres gritan a sus hijos por la impotencia que les produce que no les hagan caso o que les respondan de manera brusca, cortante e incluso agresiva”, señala el orientador de padres y profesor de educación secundaria Francisco Castaño.
Castaño es cofundador del proyecto ‘Aprender a educar’ (https://aprenderaeducar.org) que sensibiliza a los padres sobre la importancia de formarse para educar a sus hijos. También es autor del libro ‘La mejor versión de tu hijo’, que ofrece herramientas y pautas para ayudar a niños y adolescentes a ser la mejor versión de sí mismos.
“Buena comunicación, fijarles límites adecuados, darles mucho cariño, predicar con el ejemplo e inculcarles valores acordes con nuestras creencias’’ son las claves para ayudar a los chicos a desarrollar todo su potencial, pero Gritarles o levantarles la voz no es lo adecuado, dice Castaño.
Señala que los gritos “no consiguen respeto ni obediencia y tampoco son una estrategia educativa, porque los hijos suelen responder en ese mismo tono de voz aprendiendo a resolver sus conflictos de la misma manera: gritando a hermanos, amigos, abuelos y otras personas de su entorno”.
VOZ ALTA, EDUCACIÓN EN DESCENSO
“Madres y padres gritamos a nuestros hijos para que hagan o dejen de hacer algo, pero no deberíamos hacerlo, porque en el grito no hay explicación, sólo reproche”, explica el profesor.
Explica que con esa actitud “nuestros hijos no aprenderán por qué deben o no “hacer eso”, y su respuesta será la de ocultar su acción en el futuro para que no los pillen ni les griten”.
“Además, los gritos aturden y producen miedo y pueden hacer que los niños obedezcan durante un tiempo, cuando son pequeños, pero a medida que crecen, dejan de ser efectivos”, añade.
El problema puede agudizarse en la adolescencia, llegando a que cada palabra sea como un chispazo que haga estallar una discusión. Para evitar los gritos en casa se requiere un gran control de las emociones propias y entender cómo se comportan los menores en función de su edad.
“Si sabemos que los niños sienten curiosidad por su cuerpo y simple placer al tocarse las zonas más sensibles, incluso desde muy pequeños, no nos sorprenderá ni enfadará que nuestro hijo de cinco años se toque los genitales, por ejemplo”, asegura.
“Y si nos ponemos en el lugar de un adolescente enfadado porque no le hemos dado permiso para salir un día entre semana, entenderemos mejor su emoción de frustración y enfado”, puntualiza.
Para ello el gran instrumento educativo del que disponen los padres es ponerse en el lugar del hijo para comprender sus motivos y establecer normas de comportamiento claras y adecuadas a su edad y personalidad, según este orientador.
“A partir de esa comprensión, conseguirán que su reacción ya no sea la de escandalizarse o enfadarse ante una conducta inadecuada, y tendrán menos motivos para gritar”, asegura.
Aunque aclara que “esto no significa que deban justificar o tolerar que su hijo les conteste de malos modos o les insulte o descargue su frustración golpeando las puertas de casa”.
NORMAS, LÍMITES Y CONSECUENCIAS
Cuando un hijo o hija incumple una norma, Castaño recomienda poner en práctica el método ‘Normas, Límites y Consecuencias’, que debe ser uno de los pilares para cultivar la mejor versión de nuestros hijos y que hace totalmente innecesario gritar.
“Este método consiste en que los padres expliquen al hijo dos o tres motivos (en beneficio del hijo), pero también indicarle la consecuencia que conllevará el no cumplir con dicha regla, pero igual de importante es mantenerse firmes haciendo cumplir la consecuencia establecida”, indica.
Por eso, usted padre de familia, debe entender que, al hablar con los hijos, sin importar qué edad tengan, es bueno utilizar un tono de voz bajo y tranquilo, pero manteniendo firmeza en sus palabras y sin dejar de ser tolerante, no permita que ‘lo chantajeen’ con gritos y/o llantos e incluso amenazas de cualquier tipo….
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