EFE
Con un crecimiento que no repunta, una Reserva Federal (Fed) temerosa de hacer descarrilar a los mercados y un Congreso incapaz de acordar planes a más de varios meses vista, la economía de EEUU se ha resignado a avanzar con la mirada puesta en el corto plazo y el fantasma de la recesión siempre presente…
El crecimiento anualizado del 1,2% en el producto interior bruto (PIB) en el segundo trimestre del año ha dejado fríos a los expertos, que esperaban un repunte respecto al comienzo del año con un crecimiento por encima del 2%.
El consumo de los estadounidenses, que supone dos tercios de la economía, generó casi en exclusiva riqueza en la economía estadounidense en el segundo trimestre, mientras que la inversión de capital, indicador del músculo empresarial, perdió gas y ha devuelto las dudas sobre la solidez de los cimientos de la recuperación.
El aumento del consumo y la fuerte reducción de los inventarios sugiere que los consumidores han realizado esas compras gracias a descuentos, mientras que indicadores del largo plazo, como la venta de automóviles, no avanzan y podrían cerrar a la baja a fin de año, según cálculos del sector.
El consumo compulsivo parece compensar, por el momento, a las compras basadas en la planificación y la confianza, mientras la debilidad de las contrataciones y la falta de inversión privada y en construcción indican que también para empresas el corto plazo es más importante que el largo.
El desempleo, por debajo del 5%; los índice bursátiles, que suman alzas desde que comenzó el año; y la subida de los precios del petróleo, no fueron suficiente razón para que en su reunión de esta semana la Fed subiera los tipo de interés por primera vez desde diciembre, cuando puso fin a siete años de tasas cercanas a cero.
“Los riesgos a corto plazo para las perspectivas económicas han disminuido”, señaló en su comunicado la Fed el miércoles, al cierre de dos días de reunión sobre la marcha de la política monetaria, en la que dejó la puerta abierta a una subida en otoño, pero no se refirió a expectativas con un horizonte más distante.
La inflación se resiste a acercarse al objetivo del 2% pese a la inyección masiva de dólares, el consumo récord de los estadounidenses y a que Estados Unidos abandonó oficialmente la recesión en el verano de 2009.
La ortodoxia, que asegura que un aumento de la masa monetaria deber traducirse en menor ahorro, más gasto e inversión y un aumento de los precios, no parece estar cumpliéndose y, en su lugar, se da a un comportamiento más propio de actores temerosos de una crisis.
Un cuarto de punto más en la tasas aplicadas a los préstamos interbancarios por el banco central demasiado pronto podría asustar a los mercados, que dan por hecho que la Reserva Federal no subirá el precio del dinero hasta su reunión de septiembre o diciembre.
“Los tipos de interés en niveles extraordinariamente bajos hace mucho que no logran estimular el crecimiento de la economía real y, desde hace algún tiempo, sólo ha tenido efecto en la economía financiera”, explica Rick Rieder, director de inversiones en renta fija de la empresa BlackRock.
Mientras tanto, el Congreso estadounidense, dominado por los republicanos y enfrentado a toda propuesta económica o fiscal del Gobierno de Barack Obama, aprobó a finales de 2015, para evitar batallas durante un año electoral, un presupuesto que se le resistía desde hace un lustro y que aún está sometido a recortes de gasto automáticos e indiscriminados.
Esa falta de acuerdo ha afectado a las inversiones públicas en infraestructuras y evitado una reforma fiscal, aún más urgente por el lastre que supone el envejecimiento de la población y su impacto en la creciente deuda pública.
“Soluciones duraderas son necesarias para mejorar el proceso presupuestario y minimizar incertidumbres fiscales”, señalaba este mes el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe anual sobre la economía estadounidense, en el que subrayaba preocupaciones “urgentes” como el envejecimiento, el gasto social y el deterioro de infraestructuras.
No obstante, las cosas no pintan mal, por el momento, para la mayoría de gobernadores de la Reserva Federal, como John Williams, responsable de la sede del banco central en la región de San Francisco.
“No me preocupa que haya un mayor riesgo de recesión el año que viene o el siguiente, porque no hay evidencia de que la economía estadounidense funcione así (…). Las cosas van bien”, afirmó Williams en una conferencia en Boston.
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