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El Gigante Comenubes

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Sopo era un gigante enorme, el más grande que jamás haya existido. Tan enorme, que cuando tenía sed, podía beberse un arroyo hasta dejarlo seco, o comerse parte del bosque como ensalada. Pero su golosina preferida eran las nubes del cielo, frescas y esponjosas, de las que llegaba a comerse tantas que casi siempre acababa empachado, con tales dolores de barriga que terminaba por llorar, provocando entonces grandes inundaciones.

   Sopo vivía solo, sin miedo de nada ni nadie, yendo y viniendo por donde quería. Pero a pesar de eso no era feliz pues no tenía ni un solo amigo. Y es que cada vez que el gigante visitaba un país, todo eran problemas: con las nubes que comía nuestro grandulón amigo desaparecían las lluvias para los campos, y con sus empachos y sus llantos todo se inundaba, sin mencionar todos los bosques y granjas que llegaba a vaciar… En fin, al verle, ¡todos huían aterrados!

   A Sopo le entristecía sobremanera que todos le huyeran, que nadie deseara compartir ni un ratito con él. Era por eso, que lloraba desconsoladamente.  

 Una noche, al verle llorar, varias estrellas se acercaron a preguntarle la razón de su tristeza. Al escuchar su historia, comentaron:

– Pobre gigante. No sabe buscar amigos. Pues la Tierra es el planeta más especial que existe, y está lleno de amigos de todas las clases.

– Pero, ¿dónde se pueden encontrar amigos?, ¿cómo se hace eso? – replicó el gigante.

– Echándoles una mano o haciendo cualquier cosa por ellos. Eso es lo que hacen los amigos, ¿es que no lo sabes? – respondieron las estrellas divertidas.

– Vaya -suspiró Sopo- pues no se me ocurre nada. ¿Ustedes qué hicieron para conseguir amigos?

– Aprendimos a mostrar el camino en la noche y servimos de guía a muchos navegantes. Son unos amigos estupendos, que nos cuentan historias y nos hacen compañía cada noche.

 Así, el gigante y las estrellas siguieron charlando un rato, y durante los días siguientes Sopo no pensó en otra cosa que no fuera en encontrar una forma de hacer amigos. Pero no veía el modo de conseguirlo. Sin embargo, guardó paciencia.

 Algunos días después, fue a pedirle ayuda a la Luna. Ésta, vieja y sabia, le respondió:

– No sabrás cómo hacer algo por alguien hasta que le conozcas bien. ¿Qué sabes de esos que quieres que sean tus amigos?

Sopo se quedó pensativo, porque realmente apenas sabía nada de los hombres. Eran tan pequeños que nunca se había preocupado.

Entonces se propuso averiguarlo, y dedicó largos días a observar las diminutas vidas de la gente. Y así fue como descubrió por qué todos huían al verle, y se enteró de las sequías que provocaba con sus comilonas de nubes, y de las inundaciones que provocaban sus llantos.

  Aquella noche, al gigante se le ocurrió una idea y corrió a contársela a las estrellas.

– Ya sé cómo haré amigos… ¡¡Comiendo y llorando!!

– Queeé! – Pero si es eso lo que te ha privado de hacer amigos. 

– Pues con mis mismos defectos pretendo hacer amigos y para ello tengo un plan – dijo el gigante.

 Y así fue… Desde aquel día, Sopo vigilaba los cielos, y allí donde se preparaban enormes tormentas, se daba un buen atracón de nubes; y luego marchaba a llorar un rato allá donde veía que faltaba el agua. En muy poco tiempo, Sopo pasó de ser lo peor que le podía ocurrir a un país, a convertirse en una bendición para todo el mundo, y ya nunca faltó un buen amigo que quisiera dedicarle un ratito, escucharle o hacerle un favor.

Y colorín colorado… ¡este cuento se ha terminado!

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