Para muchos esa primera expresión de amor con la persona amada los llena de nerviosismo, y es una de las experiencias vitales más recordadas, por encima incluso de la primera relación sexual….Y es que en este acto se libera dopamina, un neurotransmisor que genera una necesidad imperiosa de estar al lado de la persona deseada y produce esa sensación de ingravidez característica. Además, intervienen la adrenalina y la noradrenalina, que suben la tensión y el ritmo cardiaco y nos hacen sentir estimulados, metidos de lleno en el presente, en el aquí y ahora.
Por su parte, la oxitocina provoca una fuerte sensación de apego y de unión duradera con la pareja, y la testosterona aumenta el deseo y las ganas de más. Ya no basta con el placer que se experimenta, pues queremos ir más allá. Y no solo son las hormonas. En los labios hay muchas terminaciones nerviosas que conducen a estímulos agradables.
En el beso se intercambian miles de bacterias y microorganismos, se queman quince calorías en unos minutos, se activan unos cuantos músculos y, si la cosa funciona, se liberan endorfinas en tal cantidad que el resultado inevitable es esa sensación de estar flotando en una burbuja fuera del mundo.
Por razones de protección física, algunos animales descansan en un estado conocido como “el sueño uni-hemisférico”’, en el que la mitad del cerebro se apaga, pero la otra mitad permanece alerta. Ahora sabemos que los cocodrilos duermen así, gracias a científicos australianos y alemanes que descubrieron que cuando están dormidos mantienen un ojo abierto para estar siempre vigilante sobre posibles presas o potenciales depredadores; pero sirve más para lo primero que para lo segundo, ya que los cocodrilos tienen muy pocos depredadores.
También observaron que se mantienen alertas cuando un nuevo cocodrilo es introducido en el recinto, no pegan un ojo ante esta nueva presencia; además, están muy vigilantes con respecto a los humanos que los observaban e incluso no dejan de mirarlos hasta aún después que estos abandonan el recinto.
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