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El Zapatero y los Duendes

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Existen muchos cuentos infantiles hermosos y que son  clásicos, pero además, por mucho que se cuenten, no dejan de gustar a grandes  y chiquitines.  Y en este mundo de ilusión y fantasía todo es posible, y en esta ocasión el cuento que volvemos compartir con ustedes es el de….

 En nuestra edición anterior leímos la historia de un humilde pero talentoso zapatero que vivía en pintoresco pueblo y por cuyas calles, solía pasearse gente de la alta alcurnia sobre elegantes carrozas.

   Pero a pesar de ser un artesano del calzado de primera, vivía, junto con su esposa, Rosa, muy pobre.  Sin embargo, esto cambió el día en que por arte de magia, unos lindos y bien bordados zapatitos de color rojo aparecieron sobre la mesa de su taller. El zapatero los puso en el escaparate de su negocio y casi de inmediato comenzaron a llegar personas de todas partes y clases para comprarlos. El alboroto llegó hasta palacio, a oídos de la princesa para ser más exactos, que inmediatamente fue a donde su padre el rey para hacerle una petición… a continuación leeremos la conclusión de este bello cuento.

  Muy apresurada, la bella, pero a la vez prepotente princesa entró a la sala del trono donde su padre se encontraba…

– Padre mío -le dijo impaciente-, me han dicho que hay un artesano en el pueblo de las magnolias y los tamarindos que ha hecho los zapatitos más prodigiosos que se han visto en el reino. Todas las damas de la villa se los han probado y ninguna ha conseguido ni meter el talón en ellos; tú sabes que yo tengo el pie más pequeño y delicado del reino, así que manda que me preparen un carruaje porque quiero demostrar a todas esas cursis que sólo una princesa puede calzar un algo tan fino y pequeño.  

  Y como el rey solía cumplir todos los caprichos a su hija, hizo hacer su voluntad. 

  Se dirigió entonces la princesa al taller de aquel zapatero, absolutamente dispuesta a darles a todas las mujeres que ya se habían probado los zapatitos una buena lección. Cuando llegó al pueblo, muy puesta en su papel de alteza real, mandó a su séquito a que le abrieran paso y entró con majestuoso porte hasta el taller, donde se encontraba el artesano.

– Señor, he venido personalmente a probarme esos zapatos de los que tanto se habla.

  Se sentó la princesa en una silla y, como lo supuso, los zapatos entraron perfectamente. Contenta con su fantástico calzado (y con haber dado en todas las narices a las damas del pueblo), hizo que le entregaran al zapatero una bolsa de monedas de oro y se marchó prometiendo encargar siempre sus zapatos a tan genial artesano.

 Con parte de este dinero, el zapatero compró las más finas pieles que encontró en el mercado y se pasó todo el día cortando material para fabricar nuevo calzado. Al día siguiente, lleno de ánimo se dispuso a trabajar en el taller. Pero –¡oh, Dios mío! ¡qué maravilla, todo los zapatos estaba terminados!– .

  Todas las damas del reino, maravilladas con tan hermosos zapatos, encargaron al viejo zapatero su calzado y así siguieron las cosas durante algún tiempo en el taller; lo que cortaba por la noche estaba terminado por la mañana. Como era de esperarse el viejo artesano se hizo un hombre próspero.

  Una noche, después de cortar lo habitual, éste le dijo a su mujer:

– Rosa, ¿qué te parece si esta noche nos quedamos levantados para conocer a quienes nos prestan tan valiosa ayuda?

  Ella estuvo de acuerdo. Llegada la noche, ambos se escondieron detrás de una cortina y esperaron. A medianoche aparecieron dos hombrecitos desnudos del tamaño de un dedo pulgar; se sentaron sobre la mesa del zapatero, tomaron el cuero cortado y, con sus deditos diminutos, pero con una rapidez sorprendente empezaron a coser y a clavar con gran atención y cuidado. No pararon hasta terminar todo el trabajo. Después, desaparecieron con la misma velocidad con que habían llegado.

 Al quedar solos, la mujer dijo a su esposo:

– Esos hombrecitos nos han hecho ricos. Deberíamos mostrarles nuestro agradecimiento. Andan por ahí desnudos, con el frío que hace. Les haré unas chaquetitas, unas camisitas y unos chalequitos, y les tejeré unos calcetines de lana gorda. Tú deberías hacerles unas botitas a cada uno.

   El marido estuvo de acuerdo y, a la noche siguiente, cuando lo tuvieron todo preparado, pusieron los regalos encima de la mesa. De nuevo se escondieron para ver lo que pasaba.

  Nuevamente, a medianoche, aparecieron los duendes zapateros, saltando y brincando, y fueron a ponerse manos a la obra, pero en lugar de encontrar el cuero cortado encontraron las preciosas ropitas. Se pusieron muy felices! Rápido se vistieron y se calzaron, mientras muy contentos cantaban y alegres saltaron sobre sillas y mesa y, al fin, se marcharon casi al amanecer, igual de alegres. Y aunque no volvieron nunca más, pero el zapatero y su esposa, les quedaron muy agradecidos, por siempre jamás…

 Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!!!

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