Paloma Villanueva -Agencia Reforma-
Decir la verdad o empeñar la palabra y cumplir lo prometido son valores que los niños aprenden de lo que ven y no de lo que escuchan de sus padres, señalan psicólogos; por eso cuando se trata de enseñarles a no mentir, el primer consejo es desterrar las mentiras de las acciones cotidianas.
Martha Alicia Chávez, psicoterapeuta y autora de Tu Hijo, Tu Espejo, explica que un niño puede decir mentiras por miedo a ser castigado, por vergüenza a algo que hizo y que sabe que es considerado inadecuado o por sentir aprobación.
“Desde pequeñitos ellos aprenden de una manera muy intuitiva, casi visceral, a percibir las reacciones de papá o mamá, no es que lo razonen, más bien aprenden a asociar, aprenden que cuando dicen cierta cosa mamá sonríe, se pone contenta y les da besos; y que cuando dicen otras cosas que no le gustan a mamá entonces hay regaños y gritos”, detalla.
La psicóloga considera de vital importancia confrontar a un niño cuando dice una mentira y determinar un castigo leve para que aprenda a asociar que las mentiras tienen consecuencias.
“Siempre que cachamos a un niño diciendo mentiras, hay que confrontar la situación, no la dejen pasar por alto, hay que decirle sin gritarle, sin humillarlo, de manera tranquila pero muy firme: ‘me estás mintiendo y en nuestra familia no se permiten las mentiras, no vamos a permitir que mientas y por eso te vas a ganar un castigo porque no vamos a tolerar esto'”, ejemplifica.
El castigo puede ser algo tan simple como prohibirle ver televisión o restringirle los videojuegos el resto del día, dice Chávez.
“Es importante que haya una consecuencia por su falta a la verdad, pero ésta debe ser leve, jamás golpes, encerrarlo o privarlo de la cena”, aclara, “el niño debe aprender a asociar y entender que las mentiras le traen consecuencias desagradables”.
José Gerardo Núñez, psicoterapeuta con experiencia en niños, agrega en entrevista la importancia de reconocer al pequeño cuando dice la verdad y mostrarle que con esta conducta puede obtener aprobación de otras personas.
“Cuando un niño dice la verdad debemos reconocérselo, que sienta que una persona honesta y sincera es aceptada y querida por los demás, que aprenda cómo al decir la verdad incluso podría estar ayudando a otras personas y cómo, por el contrario, al decir una mentira podría perjudicar a otros o a sí mismo”, detalla.
Pero también el psicoterapeuta habla de otro valor social que cada vez es más escaso de ver, se refiere al valor de la palabra dada o empeñada.
Hasta la década de los 60’s y 70’s del siglo pasado, cuando un adulto decía ‘te doy mi palabra’, ‘palabra de honor’ o algo parecido, la gente sabía que aquella persona cumpliría lo que estaba prometiendo, porque era casi tanto como un documento firmado o un juramento.
Pero esto con el tiempo se ha ido diluyendo y tanto social como familiarmente, en muchos casos el ‘te doy mi palabra’, ‘te juro que lo haré’, o alguna frase parecida en donde ‘se empeña la palabra’, no se cumple y no pasa nada. Y los niños continuamente perciben cómo los adultos, y particularmente sus papás, no cumplen lo que prometen y no solo a ellos como hijos, sino a muchas personas a quienes les prometen algo, por eso Núñez recomienda no hacer promesas a la ligera y empeñar la palabra sólo cuándo estén seguros de cumplir.
Chávez coincide en que los valores, como tener palabra, no se enseñan “echando sermones” sino conduciéndose correctamente.
“Empeñar la palabra es un valor hermosísimo que lo van a aprender de vernos a nosotros, no se los tenemos que enseñar, el niño lo va a aprender en automático si nosotros cumplimos lo que prometemos, pero si no cumplimos, entonces el niño lo que aprende es a desconfiar de la palabra de la gente y como consecuencia será una persona que no tenga palabra cuando sea mayor”, concluye.
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