HHace ya muchísimos, pero muchísimos años, en un lejano país, hoy desconocido, vivía un terrible dragón que tenía aterrorizados a todos los habitantes del pueblo. El Rey no sabía qué hacer para acabar con aquella feroz criatura, por lo que decidió lanzar una proclama. Esta decía:
– “A todos los súbditos de mi pueblo, señores y villanos, hago saber que a aquel que consiga librarnos de la temible bestia de la que somos víctimas, se le otorgarán grandes honores y riquezas y pasará a ser primer ministro de mi reino”.
Ante este anuncio, no fueron pocos los voluntarios que se presentaron para realizar la hazaña, pero uno tras otro, todos sucumbieron ante el terrible enemigo. Sin embargo, acuciado por la ambición, cierto caballero llamado Ludwig decidió intentarlo y se lo hizo saber a su lacayo:
-Voy a probar fortuna Hans, y tú, como fiel escudero que eres, tendrás que acompañarme.
-Pero señor, eso es muy peligroso, y casi seguro, que seremos derrotados igual que los demás.
-No seas pesimista… ¡Anda! Deja de hablar y prepárame el caballo y la armadura.
Muerto de miedo, el pobre Hans, que apenas contaba con 15 años, se dispuso a obedecer las órdenes recibidas, mientras rezongaba para sus adentros:
-Se creerá mi señor que va a conseguir algo. Bueno, algo sí conseguirá, ¡que el dragón nos mate a todos!
Cuando todo estuvo dispuesto, ambos se encaminaron hacia la cueva donde habitaba el dragón:
-Ahí es señor, en esa cueva, mira cuántos huesos hay repartidos en la entrada, ¿por qué no nos vamos ahora que todavía estamos a tiempo?
-Cállate y apúrate que estoy ansioso de darle cuello a ese monstruo.
Pero cada que se acercaban más y más a la entrada, Ludwig se iba rezagando, los dientes empezaban a castañetearle y las piernas se le doblaban.
-Oye Hans, entra tú primero y dime si está el dragón, yo te seguiré para protegerte.
-Pero, señor! Eres tú el que quieres matarle, no yo.
-Pero que rezongón eres. ¡No discutas y entra ya!
Y diciendo esto empujó al pobre escudero dentro de la cueva, el muchacho temblaba de miedo, pero no se atrevió a replicar de nuevo.
-Señor, allí está, detrás de esas rocas.
En efecto, detrás de una enorme roca estaba el dragón echado, levantó lentamente la cabeza y abrió las fauces arrojando una bocanada de fuego, se fue incorporando y aquello no era un dragón, era una montaña de músculos, su enorme cola hizo temblar las paredes de la cueva de un golpe y las espinas de su lomo se erizaron, su aspecto era terrorífico; Ludwig estaba horrorizado y nuestro buen Hans, también.
-¡Ay, señor!, estamos perdidos.., !muertos!
Y se escondió detrás de una piedra. Cuando volvió la cabeza vio que su amo huía del lugar, dejándolo solo y abandonado. En el suelo había quedado la lanza del cobarde caballero, instintivamente, Hans la tomó en sus manos y se agazapó aún más, detrás de la roca, los dientes le castañeteaban.
-¡Ay! estoy perdido.
El dragón se levantó y comenzó a andar hacia la salida de la cueva, un paso, otro, el suelo temblaba como si hubiera un terremoto.
-¡Ay Dios! Si no me ve, a lo peor, me aplasta con sus enormes patas y si me ve todavía es peor, pues seguro que me devorará en un santiamén.
Ya estaba encima de él, afortunadamente no le había visto. Aprovechando que lo tenía encima, tomó la lanza con todas sus fuerzas y la lanzó en el costado del monstruo. Esta se había clavado en su corazón, pero aún tuvo fuerzas antes de desplomarse de lanzar un coletazo que casi aplasta al muchacho. Hans no podía creerlo, había matado al dragón.
-¡Lo he matado y yo solito! ¡Señor, Señor! Ven a ver, lo he matado, señor!
Ludwig apareció en la boca de la cueva, no se lo podía creer…… Del asombro pasó a la envidia…
Y, momento, este cuento continuará la próxima semana. No se lo pierdan!
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