EFE
Hilda Ramírez es una indígena guatemalteca que lleva cuatro meses encerrada en una iglesia santuario de Austin (Texas), de la que no sale nunca, para evitar que las autoridades estadounidenses la detengan y cumplan con la orden de deportación que pesa sobre ella y su hijo de 10 años, Iván…
No quiere regresar a Guatemala, de donde huyó en 2014 rumbo al norte sin hablar una palabra de inglés y apenas unas pocas de español. Las “humillaciones” a las que estuvo sometida por ser mam -una etnia maya- le hicieron tomar esta decisión, confesó en una entrevista con Efe esta mujer de 28 años.
En Estados Unidos los recluyeron durante 11 meses en Karnes City, un centro de detención para familias inmigrantes ubicado al sur de San Antonio (Texas) e ideado para desincentivar la llegada de migrantes centroamericanos al país. Hilda ni siquiera sabía de su existencia antes de poner ahí los pies.
De Karnes City lograron salir gracias a un permiso temporal para Iván, pero meses después sus peticiones de asilo fueron denegadas y el temor a la deportación resurgió.
Más aún cuando a comienzos de año empezaron las redadas a indocumentados centroamericanos protagonizadas por la Oficina de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés).
Fue entonces cuando la comunidad de la Iglesia Presbiteriana de San Andrés les abrió las puertas de su templo para refugiarse. Su lema es, de hecho, “mentes abiertas, corazones abiertos, manos abiertas” y una enorme pancarta con la consigna “San Andrés con nuestros vecinos musulmanes” resiste a la lluvia, el viento y los prejuicios en su exterior.
De eso hace más de cuatro meses, cuatro meses en los que Hilda solo ha sentido el sol en su piel desde un pequeño jardín que tiene la iglesia, vallado y protegido con una tela verde oscura de miradas indiscretas del exterior. Iván, por su parte, iba y venía de la escuela todos los días, pero las clases han terminado y también pasa su tiempo encerrado.
“Ahora pusieron una piscina inflable chiquita. Más que nada para el niño. Como ahora va a estar como tres meses de vacaciones, no puede salir. Es un poco difícil para él, él quiere salir, pero a mi me da miedo que lo puedan agarrar”, explicó a Efe la guatemalteca.
Su miedo no es infundado, pues el Gobierno ha reconocido un especial interés en detener y mandar de vuelta a sus países a los indocumentados centroamericanos que cruzaron la frontera a partir de 2014 y que ya han recibido una orden final de deportación de una corte de inmigración, muchos de ellos madres con hijos, como Hilda e Iván.
“Va a haber otra vez redadas”, lamentó.
Dentro de la iglesia se siente segura, forma parte del llamado “movimiento santuario”, nacido en la década de 1980 para proteger de los agentes migratorios a los refugiados huidos de las guerras centroamericanas y resurgido recientemente tras la nueva oleada migratoria y las políticas del presidente, Barack Obama.
Desde mayo de 2014 se han dado 16 casos de inmigrantes refugiados en congregaciones religiosas de los que 13 han logrado ya un alivio migratorio.
“Antes no podía dormir, a cada rato estaba mirando la puerta, asustada, pero ahorita ya no. Yo sé que migración (el ICE) nunca va a romper una ventana para entrar, no pueden entrar y yo me siento bastante segura”, afirmó la mujer, que carga un localizador electrónico desde que salió de Karnes City.
En el caso improbable de que los agentes irrumpan, los feligreses de la Iglesia Presbiteriana de San Andrés han recibido un entrenamiento para ejercer la resistencia pacífica con el fin de evitar que se lleven a Hilda e Iván detenidos.
Tras cuatro meses de encierro, Hilda, la congregación religiosa y Grassroots Leadership, la organización que le brinda asesoramiento legal, están listos para iniciar una campaña dirigida al ICE para que suspendan la orden de deportación contra madre e hijo.
La idea es que las autoridades migratorias sucumban a la presión de la comunidad, como han hecho las otras veces, y permitan a esta familia guatemalteca quedarse en el país.
Hilda, mientras tanto, pasa los días ayudando en la iglesia, haciendo costuras, aprendiendo algo de inglés y departiendo con amigas que la visitan y le traen comida: “Me gusta porque a veces me traen italiana, cocina de diferentes países”, confesó.
Aunque tiene hermanos en Oklahoma, Hilda quiere quedarse a vivir en Austin, encontrar un trabajo, un apartamento y ayudar a otros indocumentados en problemas.
Un futuro sin fecha, que aún no alcanza a vislumbrar: “Yo espero el tiempo que sea necesario. Un año, dos años, yo lo espero con tal de que no me deporten”.
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