Era un hermoso día y, como todas las mañanas, la Gallinita Rita estaba comiendo maíz en el patio de la casa. El sol era intenso, por lo que nuestra plumífera amiga se paró debajo de un enorme roble para cubrirse de los fuertes rayos.
De repente… ¡pum! Una gran bellota cayó del árbol y golpeó a la Gallinita justo en la cabeza, dejándola aturdida por varios segundos.
“¡Dios mío!” -exclamó- “¿Qué fue eso? ¿Es que acaso el cielo se está cayendo? Debo ir a avisarle al rey”.
Entonces, la Gallinita Rita se puso una pañoleta en la cabeza y llenó una canasta de maíz para comer durante el viaje. Enseguida se puso en marcha hacia el castillo real para avisarle al rey tan tremendo acontecimiento.
En su camino pasó por la casa del Gallo Mayo, su más cercano vecino. Este se encontraba muy ocupado arreglando su nuevo pórtico. “¿A dónde va tan apurada vecina?”, le preguntó.
“¡Oh, voy avisarle al rey que el cielo se está cayendo!”, contestó la Gallinita Rita.
“¿Cómo sabes que se está cayendo?”, inquirió.
“¡Lo vi con mis propios ojos y lo escuché con mis propios oídos, y una parte de él cayó en mi cabeza!”, exclamó ésta.
“Si es así, entonces iré contigo”, dijo el Gallo.
Ambos caminaron juntos, hasta que se encontraron cerca del riachuelo con el Pato Tato, que venía de regreso de su chapuzón matutino. “Buenos días, vecinos, dijo. “¿Adónde van tan de prisa?”
“El cielo se está cayendo y vamos a decírselo al rey”, contestó el Gallo Mayo.
“¿Cómo saben eso?”, preguntó.
“La Gallinita Rita me lo dijo”, contestó.
“¡En efecto! ¡Yo lo vi con mis propios ojos y lo escuché con mis propios oídos, y una parte de él cayó en mi cabeza!”, exclamó ésta.
“Pues yo iré con ustedes a decirle al rey tan sorprendente evento”, dijo el Pato.
Los tres caminaron juntos hasta que se encontraron con la Gansa Luisa. “Buenos días, ¿adónde van?”.
“El cielo se está cayendo y vamos a decírselo al rey”, dijo el Pato Tato.
“¿Y cómo saben eso?”, preguntó la Gansa.
“El Gallo Mayo me lo dijo”, contestó.
“¡Yo lo vi con mis propios ojos y lo escuché con mis propios oídos, y una parte de él cayó en mi cabeza!”, interrumpió la gallinita Rita.
“Vaya, vaya! Entonces iré con ustedes al palacio”, dijo la Gansa Luisa.
Inmediatamente, los cuatro caminaron juntos hasta que se encontraron con el Pavo Gustavo frente a su jardín. “Buenos días… ¿a dónde se dirigen?”
“El cielo se está cayendo y vamos a decírselo al rey”, dijo la Gansa Luisa.
“Pero, ¿Cómo saben que se está cayendo?”, preguntó.
“La Gallinita Rita nos lo dijo”, dijo el Pato Tato.
“¡Yo lo vi con mis propios ojos y…” otra vez contó lo mismo.
“Qué interesante! Permítanme acompañarlos.
Así, los cinco caminaron juntos hasta que se encontraron con el Zorro Polo. “Buenos días”, dijo. “¿Por qué caminan con tanta prisa, adónde van?”.
“El cielo se está cayendo y vamos a decírselo al rey”, dijo el Pavo Gustavo.
“¿Cómo saben que se está cayendo el cielo?”, preguntó.
“La Gallinita Rita nos lo dijo”, exclamaron todos.
“¡Así es! Yo lo vi con mis propios ojos y… bla, bla”, repitió por enésima vez la gallinita.
“Entonces vengan conmigo. Le mostraré un camino más corto al palacio del rey”, dijo el Zorro.
“Te lo agradeceríamos mucho porque debemos apresurarnos a decirle al rey que el cielo se está cayendo”, dijo Rita.
“Claro! Solo síganme todos”, dijo el astuto animal. “Subiremos esta colina, cruzaremos el puente y bajaremos por ese camino. Y antes que se den cuenta, estaremos en el palacio real. Al poco tiempo llegaron a la entrada de una oscura cueva.
¡Lo que no sabían, que en realidad esa era la cueva del Zorro Polo!
“Pasen por aquí, y pronto estarán en el palacio”.
El Gallo Mayo, el Pato Tato, la Gansa Luisa y el Pavo Gustavo entraron con el Zorro en la cueva. La Gallinita era la última de la fila, y estaba muy asustada, sabía que algo andaba mal. De pronto escapó corriendo y ¡no paró hasta llegar a su casa!
Por desgracia, de sus amigos no se volvió a saber nada, así que han de imaginar su triste final. En cuanto al rey, nunca se enteró que el cielo se estaba cayendo a pedazos.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!
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