Donald Trump tiene una insólita explicación para el tono naranja de su piel, y para oponerse a la regulación que hace más eficientes las bombillas en el consumo de energía con el propósito de proteger el medioambiente.
“La luz no es buena. Siempre me veo naranja”, dijo el presidente en un mitin en Carolina del Norte en alusión a esos focos de bajo consumo eléctrico, cuyos estándares su administración se dispone a alterar.
Además, según él, bajo la luz de esos focos todos se ven naranjas.
En realidad, la piel de Trump luce de color naranja de modo muy frecuente, bajo cualquier tipo de iluminación (estilistas lo atribuyen a los efectos del bronceado artificial), y para muchos ha resultado risible y equívoco atribuir el tono de su piel a los focos de bajo consumo eléctrico.
Pero más allá de esa cuestión, un ejemplo más del narcisismo presidencial, resulta cuestionable que Trump justifique los cambios en regulaciones proambientales, como los que definen estándares de consumo de energía de los bulbos eléctricos, con base en su apariencia o en cuestiones equívocas como el costo de esas bombillas.
Trump añadió que los focos energéticamente eficientes “son mucho más caros que los antiguos bulbos incandescentes que funcionaban muy bien”.
Primero, no es claro si el buen funcionamiento aludido tiene que ver con que esos focos no lo hacen ver de color naranja, pero la cuestión del costo es engañosa. Ciertamente una bombilla incandescente es muy barata y una energéticamente eficiente resulta varias veces más costosa. Pero cuando se calcula el consumo eléctrico y la duración de los focos incandescentes, en realidad éstos resultan más caros que los focos más modernos y eficientes, con el añadido de que los segundos, al consumir menos energía, son menos severos con el medio ambiente.
El propio Departamento de Energía del gobierno federal afirma que si un hogar reemplaza las cinco bombillas más usadas por focos de consumo eléctrico eficiente (que tienen la categoría ‘Energy Star’) se ahorraría 75 dólares al año.
Así, es inquietante que el razonamiento presidencial al respecto se base en cuestiones que lucen frívolas (su anaranjamiento, lo haya dicho en serio o en broma) y en cálculos económicos incompletos o sesgados.
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