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La Joroba de los Búfalos

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(Una Leyenda chippewa*)

   Nanabozho había ayudado en la creación del mundo. Sobre él recayó la tarea de darle un nombre a cada animal y a cada planta. También dedicó esfuerzos para enseñar al hombre el arte de la pesca. Él mismo era hijo de una mujer humana y del espíritu del oeste, llamado E-bangishimog.

 Para realizar su trabajo, Nanabozho tomaba distintas formas que le permitían moverse con agilidad en el bosque.  La más conocida era la del conejo. Un conejo totalmente blanco, dueño de unas patas agilísimas para correr y para trepar, uno que llevaba consigo un bastón de mando y poder.

   Eran los primeros días de la creación y algunas cosas eran distintas. Los búfalos no tenían joroba y parecían más altos de lo que se les conoce ahora. Fuertes las piernas delanteras, nacía entre los cuartos del pecho un cuello fortísimo que sostenía sus cabezas en alto. Siempre caminaban erguidos, orgullosos.

  El mayor cómplice de los búfalos eran los zorros. Les gustaba correr juntos por la pradera, desbocar la fuerza, los unos pequeños adelante, limpiando el camino, los segundos atrás. Corrían hombro a hombro cientos de búfalos, su marcha deshacía el suelo que golpeaba. Justo por eso, los zorros iban gritando para que los animales pequeños se apartaran. Ninguno de ellos sobreviviría a miles de piernas de búfalo golpeando a toda velocidad.

 Un día, los búfalos iban encarrerados, camino a una loma que estaba en el paso entre dos montañas. La parte alta estaba ocupada con los nidos de miles de aves pequeñas que habían puesto sus huevos a pocos centímetros del piso, escondidos entre hierbas.

  Cuando los zorros pasaron por allí dando aviso de que los búfalos se acercaban corriendo, las aves pidieron clemencia. Los búfalos podían desviarse, usar un paso que estaba a unos pocos metros más adelante.

 Fueron los zorros a dar noticia de los pájaros a los búfalos y éstos decidieron que no era asunto suyo, querían pasar por allí.

  Las aves dejaron sus nidos y fue la parvada entera a volar frente a los búfalos pero en sentido contrario.

  Sabían que no los pararían pero usaban sus propios cuerpos para dar la advertencia, para rogar piedad. El ruido que hacían podía escucharse a kilómetros de distancia.

  Al llegar los primeros búfalos a la loma en el paso entre las montañas y cruzaron el campo de nidos haciendo caso omiso del llanto de las aves. Detrás de ellos, el resto de la manada se aproximaba de manera inevitable.

  De pronto, un conejo blanco que sostenía un bastón les salió al paso. El conejo golpeó el piso con su bastón y brotó un haz de luz que dejó ciegos temporalmente a los que estaban más cerca. Los búfalos frenaron, chocaron entre sí.

 Al disiparse la luz intensa, Nanabozho había tomado su forma humana, pero del tamaño de un gigante. Regañó a los búfalos y éstos agachaban la cabeza, así que los condenó a quedarse para siempre así, jorobados, para que sintieran la vergüenza de haber sido crueles con las aves indefensas.

   Nanabozho juzgó que los zorros también merecían castigo por no haber desviado ellos a los búfalos a otro campo.

  Cuando Nanabozho los quiso castigar, se habían ido a esconder en hoyos y por eso su castigo fue vivir siempre en el piso frío.

 * Chippewa : Uno de los pueblos nativos más grandes del norte del país que habitaron los estados de Wisconsin y Minnesota

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