Había invitados en casa de la familia Liebre. La señora de la casa, famosa en todo el bosque por sus exquisitos guisos, se disponía a deleitar a sus amigos con un sabroso plato de setas. Con tal motivo, dijo a su hija:
– Liebrecita, ve al bosque y tráeme ese cesto lleno de setas. Las necesito para la comida de hoy.
Su hija, como siempre obediente, hizo lo mandado y, al cabo de un rato, regresó muy contenta. Había encontrando setas grandes y hermosas por todas partes. ¡Qué fácil había sido para ella recogerlas!
Doña Liebre echó una ojeada a las setas y, con breve sonrisa, se volvió hacia su hija, y le dijo: -Hija. Escucha bien lo que voy a decirte. Estas setas, que son tan hermosas y grandes a simple vista, pero no sirven para comérnoslas.
Necesito que traigas unas setas feas y arrugadas. Esas sí valdrán, como ves, las apariencias engañan, y en todas las cosas hay que buscar el interior, hija. Anda, vuelve al bosque y recuerda lo que te he dicho.
Liebrecita pensó un buen rato en lo que su madre le había comentado. Llegó a darse cuenta que más vale fiarse de los ojos del alma que en los ojos del rostro. Aunque necesitó mayor esfuerzo y tiempo para encontrar las setas buenas y comestibles, no tardó mucho en llenar su cesta. Volvió en el momento oportuno y su madre preparó un guiso inolvidable con las setas, por feas y arrugadas que parecieran ser.
Moraleja: De las apariencias no te has de fiar que por lo regular suelen engañar!!
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