Seguro que todos saben lo que es tener que soportar a un charlatán incurable, pero les aseguro que, de haber conocido a doña Oca, se hubieran vuelto sordos como una tapia. ¿Razones? A continuación se las comento.
Doña Oca vivía en una granja y hablar era lo único que sabía hacer, de modo que, mientras sus compañeros se dedicaban a sus tareas, ella se abalanzaba sobre cualquiera y empezaba a hablarle con una rapidez endiablada. Llegó un momento en que todos vivían en alerta continua y, cuando la veían acercarse, corrían a esconderse, bajo tierra si era preciso, pues sabían que, de caer bajo la charla de doña Oca, les tocaba, como mínimo, tres días de cama con una jaqueca horrible. Sí, amigos créanme. Doña Oca era más temida que la propia peste negra.
Después de haber sufrido numerosas bajas por enfermedad, los miembros de la granja decidieron dar un susto tras otro a doña Oca, hasta que se le quitasen las ganas de hablar. Bueno, todos se conformaban con que hablase la cuarta parte de lo que acostumbraba.
Desde aquel día, doña Oca empezó a recibir, de unos y otros, sustos de muerte. Poco a poco nuestra amiga fue perdiendo las ganas de hablar y la paz retornó a la pobre y torturada granja de nuestro relato.
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