El arribo de Evo Morales al gobierno de Bolivia despertó una curiosidad inusitada en la comunidad mundial. Su presencia en la máxima magistratura de este país se antepuso a un historial sombrío de más de 500 años de dominación europea y sus descendientes sobre las poblaciones indígenas.
Morales rompió los lazos de dominación “europea”, emprendiendo un proceso de cambio profundo en el sistema político y en la economía, una vez de haber aceptado el bando presidencial en enero de 2006.
Los primeros años de su gestión estuvieron marcados por logros ponderables que repercutieron en el seno de la sociedad boliviana. En cuestión de políticas económicas, su gobierno dio un paso firme contra el neoliberalismo salvaje. A sus asesores económicos, les encargó configurar un proyecto económico de tipo estatal, dominado por el Ejecutivo y enfocando un desarrollo económico hacia adentro, aunque con un potencial exportador de los productos no renovables a los países vecinos de Argentina y Brasil.
Sus políticas rechazaron el liderazgo y/o la intromisión de gobierno norteamericano en los asuntos considerados netamente de los bolivianos. En los momentos más críticos de las relaciones con su homólogo estadounidense George W. Bush, Morales expulsó al embajador norteamericano, Philip Goldberg, y puso en tela de juicio los operativos de lucha contra el narcotráfico de la Drug Enforcement Administration (DEA).
No sólo se limitó a enjuiciar la dominación norteamericana en la región, sino también trató de crear vínculos comerciales con países aliados en Europa, América Latina y en otras latitudes del mundo para permitir que Bolivia se insertara dentro de la economía globalizada vigente.
Tal vez los cambios más sobresalientes del gobierno de Morales se registraron en el plano social. El factor étnico y la ubicación económica de clase baja de Morales fueron dos elementos trascendentales que repercutieron directamente en las instituciones y los organismos políticos y sociales de Bolivia.
Algunas instituciones tutelares del Estado, como el Colegio Militar, la Escuela Naval y la mayoría de los establecimientos castrenses de orientación profesional, tuvieron que ceder a las nuevas fuerzas transformadoras del movimiento social que produjo el fenómeno Morales, obligándolos a romper décadas o siglos de discriminación individual y sistémica contra los grupos minoritarios indígenas.
Hoy, pocos países como Bolivia en América Latina gozan de un Congreso que está colmado de gente “común y corriente” que pertenece a las bases sociales de los sectores más oprimidos. En épocas de las oligarquías y las dictaduras militares, los indígenas Aymaras y Quechuas no eran permitidos ni acercarse a los recintos tutelares de gobierno.
Bolivia definitivamente ha cambiado con el arribo de Morales en el gobierno. Sin embargo, otro periodo de cinco años de “evismo” puede ser contraproducente no solamente para el espacio que ha logrado Morales dentro de la historia boliviana, sino también para el proceso democrático que ha emprendido desde su llegada al poder.
En los últimos años de su gobierno se ha ido notando la debilidad de los órganos de controles y balances del poder legislativo y judicial frente al poder ejecutivo. En tal sentido, pareciera que los fantasmas de las oligarquías y las dictaduras militares del pasado horroroso de Bolivia se están filtrando y están conjurando contra la democracia.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com.
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