Fue uno de los mejores jugadores de la NBA de todos los tiempos. Desde el inicio de su carrera quiso ser siempre el mejor y no se detuvo hasta lograrlo.
Por eso el 24 de Feb, en el Staple Center de Los Ángeles, se le hizo un gran homenaje en memorial a Kobe, Gianna su hija y las otras personas que fallecieron en el lamentable accidente
Por eso hoy, extractamos de su libro autobiográfico ‘‘The Mamba Mentality. How I Play’’, algunos pensamientos que es el legado escrito que dejara Black Mamba, que sin duda serán de gran inspiración para las nuevas generaciones.
Si veía algo que le gustaba en alguien lo ensayaba hasta la saciedad, lo ponía en práctica en cuanto podía, y enseguida lo hacía suyo. De hecho, “no temía fracasar, dar una mala impresión o pasar vergüenza”. Porque lo único que tenía en mente era el resultado final, el objetivo a largo plazo. Si el precio a pagar era mucho trabajo y unos cuantos tiros fallados, lo aceptaba sin más”.
Kobe tenía el afán de mejorar y ser el mejor. También confesó que nunca necesitó de ninguna fuerza externa para motivarse, aunque sí tuvo que superar ciertos obstáculos. Su mentalidad, además de ganadora, consistía en descifrar, al contrario. Daba igual a quien tuviera enfrente: su objetivo era descubrirlos y analizarlos. Para ello tenía que trabajar el doble que otros.
Sus entrenamientos siempre han sido rigurosos y disciplinados. Comenzó a levantar pesas para fortalecer sus músculos cuando tenía 17 años. A lo largo de su carrera, ya fuera en temporada o en verano, hacía levantamientos durante 90 minutos cuatro días a la semana. “Puede que con los años cambiara algo mi rutina, pero mi filosofía siempre fue la misma. Si algo ha funcionado para otros grandes en el pasado y a ti te funciona, ¿por qué cambiarlo y abrazar una nueva moda?”.
Desde que era joven, muy joven, devoraba grabaciones y vídeos, y analizaba todo lo que caía en sus manos. “Siempre me ha divertido mirar, estudiar, y hacer la pregunta clave: ¿por qué? Sin embargo, el principal cambio que experimenté con el tiempo fue pasar de ver lo que allí había a detectar lo que faltaba y lo que debería haber estado allí. Pasé de ver lo que sucedió a lo que podía y debía haber sucedido”.
Manejó con habilidad sus entrenamientos para poder atender las responsabilidades que tenía en su vida privada. Si madrugaba, y empezaba a las 5 de la mañana, entrenaba más horas, “Me ayudó a conciliar el baloncesto y la vida. Cuando mis hijas se levantaban por la mañana, ahí estaba yo, y ellas ni siquiera sabían que acababa de terminar mi primera rutina en el gimnasio. Por la noche, podía acostarlas y volver luego a entrenar, en mi tiempo, no en el suyo”.
Sus entrenamientos y capacidad de concentración variaban en función de dónde pensaba que su cabeza debía estar antes del partido. “Si, por ejemplo, necesitaba motivarme, escuchaba rock duro. Si necesitaba relajarme, podía escuchar lo mismo que escuchaba en el autobús de camino al instituto. Se trata de ponerme en el lugar en el que necesito estar para ese partido concreto”.
Si realmente se quiere ser bueno en algo, ese algo te tiene que importar de verdad. “Si quieres ser grande en un área determinada, tienes que obsesionarte con ella. Son muchos los que dicen que quieren ser grandes, pero no están dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para conseguir esa grandeza”, explica Bryant, que reconoce que la grandeza no es fácil de conseguir.
Para Bryant, ganar un campeonato lo era todo. “Una de las mayores alegrías. Ese sentimiento me llevó a querer siempre más. Cuando gané un anillo, quería dos. Cuando gané dos, quería tres”. A lo largo de su carrera consiguió cinco campeonatos.
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