¿Hay un período mágico cuando los hijos se hacen responsables por sus propias acciones? ¿“Es la vida de ellos” sin sentir nada? ¿Hay un momento mara- villoso, cuando los padres nos convertimos sólo…
¿Hay un período mágico cuando los hijos se hacen responsables por sus propias acciones? ¿“Es la vida de ellos” sin sentir nada? ¿Hay un momento mara- villoso, cuando los padres nos convertimos sólo en espectadores, en la vida de nuestros hijos, nos al- zamos de hombros y decimos: Ya no me preocupo por ellos”? Estas fueron algunas de las preguntas que le hice a mamá, mientras espe- rábamos en la sala de un hospital que mi hijo de 7 años fuera atendido de los golpes que sufrió al caerse de un árbol.
Mi mamá sonrió y apenas susurro: “cuando entregues la antorcha”.
No entendí aquello y quise preguntarle a que se refería, pero en eso llegó un médico, me informó de mi hijo, me distraje y me olvidé del detalle.
Cuando contaba con 30 años, me senté en una pe- queña silla en la clase y escuchaba como mi hija pequeña hablaba incesantemente interrumpiendo la clase y moviéndose continuamente… que los autos llegaran a casa… que la puerta de la casa se abrie- ra. Una amiga me dijo: ¡No te preocupes, en unos años vas a poder dejar de preocuparte. Ellos ya serán adultos”.
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Pocos años después, estaba en el pasillo, creo que del mismo hospital esperando a que los doctores pusieran unos puntos en la cabeza de mi hijo prea- dolescente que se había caído de una patineta… y como si me hubiera leído la mente, la enfermera, me dijo: ¡”No se preocupe, todos los hijos pasan por esta etapa, pero luego usted, usted podrá sentarse tranquila… relajarse y disfrutarlos”!
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada. Cuando contaba con 45 años, me pasaba la vida esperando que el teléfono sonara… Todavía me es- taba preocupando por mis hijos, pero también ya se notaba una arruga nueva en mi frente, aunque no
podía hacer nada acerca de ello. Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada. Ya en mis 50 años, estaba cansada y harta de ser
vulnerable… Mis amigos me decían que cuando mis hijos se casaran yo iba a poder dejar de preocu- parme y llevar mi propia vida. Yo quería creerles, pero me asaltaba el recuerdo de la cálida sonrisa de mi mamá y su ocasional: “Luces pálida hija, ¿estás bien? ¿Estás deprimida por algo?… Pero yo continué angustiándome con sus fracasos, apenándome por sus tristezas y absorbida en sus decepciones.
trega como una antorcha de unos a otros, para que arda en el camino de las fragilidades humanas y el miedo a lo desconocido? ¿Es la preocupación una maldición, o es una virtud que nos eleva a lo más alto de la vida humana? ¿Puede ser que los padres estemos sentenciados a una vida de preocupaciones?
Han pasado los años y un día uno de mis hijos, se irritó conmigo. Me dijo: ¿Dónde estabas? ¡Desde ayer que te estoy llamando y nadie me respondía.! ¡Estaba muy preocupado!
Y yo sólo me sonreí y no dije nada… La antorcha había sido entregada!!!
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