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Los republicanos juegan otra vez con el fuego de la inmigración

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Univisión
María Ramírez

Al encuestador jefe de Marco Rubio, Whit Ayres, le gusta calcular cuántos votantes diferentes del núcleo duro habitual necesita un candidato republicano para llegar a la Casa Blanca. Es decir cuántos que no sean hombres blancos…

Si en noviembre el republicano elegido no consigue más del 17% de votantes no blancos de Mitt Romney le haría falta al menos el 65% del voto blanco, seis puntos más de lo que logró Romney en 2012. Sólo Ronald Reagan obtuvo un apoyo así, pero su caso es excepcional: sigue teniendo el récord de apoyo ciudadano y votos del colegio electoral de la historia de Estados Unidos. Incluso si el candidato republicano alcanzara un 30% de apoyos entre no blancos necesitaría un 64% del voto blanca para ganar. Ayres calcula que un aspirante republicano que quiere llegar con menos presión a la carrera final necesita alrededor de un 40% del voto hispano para ganar la Casa Blanca.

Los votantes hispanos son obviamente ciudadanos estadounidenses y no sufren personalmente la vida en las sombras de los millones de personas que no tienen los documentos para residir en el país. Para la mayoría de los hispanos la posición sobre la reforma migratoria de un candidato no es la motivación central de su voto, pero la retórica anti-inmigrantes de esta campaña los empuja de nuevo hacia el campo demócrata. La agresividad de Trump ya está provocando una movilización para registrar a más hispanos que quieran parar con su voto al candidato que mantiene un discurso racista.

En este contexto, a medio plazo es muy arriesgada la batalla durante el debate del jueves por la noche entre Jeb Bush, Marco Rubio y Ted Cruz por demostrar quién ha hecho más para parar a los inmigrantes y quién está más lejos de solucionar el problema de los millones que viven en Estados Unidos sin documentos.

Rubio se esforzó este jueves en defender que la fallida reforma migratoria que él abanderó en el Senado no era una amnistía para los inmigrantes sin papeles. En la práctica, tras el pago de una multa, lo era y su propuesta para los jóvenes era muy similar a la que aprobó por orden ejecutiva el presidente Barack Obama. Lo que proponía era una regularización parecida también a la de Ronald Reagan en 1986.

Bush, casado con una mexicana y abanderado durante años como el resto de su familia de los hispanos, también quería borrar su pasado. Cruz, nacido en Canadá e hijo de cubano, se vanagloriaba de haber luchado contra los inmigrantes en Texas y en el Senado de Estados Unidos.

El momento más tenso, y tal vez mejor ejemplo del oportunismo político, fue el intercambio entre Rubio y Bush para ocultar su pasado común, cuando ambos trabajan juntos a favor de los inmigrantes. Bush le echó en cara su legislación y a la vez que dejara el esfuerzo a mitad. Rubio le atacó con su libro Immigration Wars de 2013. “Ése es el libro en el que cambiaste tu posición en inmigración porque antes apoyabas el camino hacia la ciudadanía”, le dijo Rubio. “Como tú”, replicó Bush.

Los republicanos de este año están cayendo en la misma trampa que después le costó votos a Romney hace cuatro años: hacerse el duro para ganar las primarias del partido dificulta unos meses después la posición del candidato ante el electorado general. Romney sólo consiguió el 27% del voto hispano. Con esos números ni Reagan lo tendría fácil para llegar a la Casa Blanca.

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