Por: Dr. Humberto Caspa
Durante las últimas semanas, se ha dicho mucho de la falta de democratización en el proceso de las elecciones primarias. Sin embargo, con todos los problemas que se visualiza en su interior, la forma de elección en base a un Sistema de Delegados es la menos problemática de todo el continente Americano.
En otros sistemas políticos, como en la mayoría de los países latinoamericanos, los dirigentes de los partidos políticos eligen al candidato de su preferencia de acuerdo a sus propios criterios y caprichos.
En algunos casos no existe ningún mecanismo de control. Los presidentes nombran a sus propios sucesores. En este sentido, el “dedazo” de México fue, en su momento, una de las formas más claras de nepotismo y corrupción alrededor del nombramiento del líder más importante de este país. Hoy, este tipo de nombramientos ha desaparecido, pero otras prácticas similares al “dedazo” todavía permean el nombramiento de dirigentes políticos en México.
En otros casos como en Cuba, la dirigencia política y, por ende, el liderazgo de este país es transferido de un pariente a otro. Fidel Castro le otorgó a su hermano Raúl la “comandancia” de su país, a pesar de que había personas más capacitadas para ejercer este rol.
En Argentina, el expresidente Néstor Carlos Kirchner dejó el camino despejado para que su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, tomara la batuta de su partido político. Con el apoyo de la maquinaria política de su esposo, a Cristina le fue más fácil llegar a la Casa Rosada.
En este sentido, y contrario a lo que sucede en América Latina, el Sistema de Delegados por lo menos permite la participación de una parte del electorado nacional (demócrata y republicano) en la elección del candidato oficial a la presidencia.
El electorado del Partido Demócrata o Republicano elige indirectamente a su candidato presidencial por medio de elecciones internas y caucus. En el peor de los casos, el nombramiento lo hacen sus dirigentes políticos como sucedió en Colorado y Wyoming.
Los delegados son elegidos de la siguiente manera. En el caso del Partido Demócrata, de un total de 4,766 delegados, 4,051 son elegidos por el electorado demócrata; es decir 85% provienen a través de la venia de los votantes. Mientras que 715 delegados (15%) toman el nombre de “Superdelegados”, quienes son personas afiliadas a la dirigencia del partido político o fueron personajes importantes en el pasado.
Es decir, de los 715 superdelegados, 434 pertenecen al Comité Nacional del Partido Demócrata; 20 son líderes distinguidos, como expresidentes, vicepresidentes, exlíderes congresistas y exdirigentes; 193 miembros de la Cámara de Representantes del Congreso; 47 miembros del Senado; 21 gobernadores pertenecientes a este partido político.
El Partido Republicano funciona de una manera similar, aunque confieren un número menor de delegados por estado.
Sin embargo, el Sistema de Delegados es una forma anticuada de elegir al candidato a la presidencia y no es digno de la democracia más importante del planeta. Lo más aconsejable es que los dos partidos políticos permitan la elección directa de los candidatos a la presidencia.
Uno de los requisitos más importantes debería ser que los votantes tengan que estar adscritos a su partido político antes de sufragar su voto en las primarias electorales. A los votantes “independientes” se les debe negar este derecho. Estos últimos tendrán todo ese derecho en las elecciones presidenciales de noviembre.
Es tiempo de revisar las reglas de juego de las elecciones primarias. El proceso electoral no puede quedarse en el pasado; hay que modernizarla.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com
Comparte
Siguenos en Redes Sociales
El Aviso Magazine El Aviso Magazine El Aviso Magazine