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Movilizando los sentidos

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 Una maestra fue contratada para visitar a niños internados en diferentes hospitales de la ciudad de México. Su tarea era guiarlos en sus tareas a fin de que no estuvieran muy atrasados cuando pudieran volver a clases.

  Un día, esta maestra recibió una llamada de rutina pidiéndole que visitara a un niño en particular. Tomó el nombre del niño, el del hospital, de la habitación, etc., y la maestra del otro lado de la línea le dijo:

– Ahora estamos estudiando sustantivos y adverbios en clase. Le agradecería si lo ayudara con sus clases, así no se atrasará respecto de los demás.

   Hasta que la maestra no llegó a la habitación del niño no se dio cuenta de que se hallaba ubicada en la unidad de quemados del hospital. Nadie la había preparado para lo que estaba a punto de descubrir del otro lado de la puerta.

   Antes de que se le permitiera entrar, tuvo que ponerse un delantal y una gorra esterilizada por la posibilidad de infección. Le dijeron que no tocara al niño ni la cama. Podía mantenerse cerca pero debía hablar a través de la máscara que estaba obligada a usar.

  Cuando terminó de lavarse y se vistió con las ropas prescriptas, respiró hondo y entró en la habitación. El chiquito, horriblemente quemado, sufría mucho. La maestra se sintió incómoda y no sabía qué decir, pero había llegado demasiado lejos como para darse la vuelta e irse… Por fin pudo tartamudear:

– Soy la maestra que te dará clases mientras estés en el hospital y tu maestra me mandó para que te ayudara con los sustantivos y los adverbios.

  Después, le pareció que no fue una de sus mejores sesiones.

  A la mañana siguiente, cuando volvió, una de las enfermeras de la unidad de quemados le preguntó:
– ¿Qué le hizo a ese chico?

   Antes de que pudiera terminar una lista de disculpas, la enfermera la interrumpió diciendo:
– No me entiende. Estábamos muy preocupados por él, pero desde que vino usted ayer toda su actitud cambió. Está luchando y ahora responde al tratamiento…

   Es como si hubiera decidido vivir.

   Con lágrimas de felicidad en los ojos, el chiquito tan gravemente quemado que había dejado de lado toda esperanza, lo expresó así:
– No le habrían enviado una maestra para trabajar con los sustantivos y los adverbios a un chico agonizante, ¿no le parece?

   Esta verdadera historia nos enseña cómo la esperanza es el factor preponderante que mantiene viva la llama que desarrolla nuestros proyectos. Si se pierde la esperanza de algo, se pierde la motivación, entonces todo pareciera no tener sentido.

   Es una situación terrible, pero muchas veces basta una pequeña palabra de esperanza para despertar los sentidos, para movilizar todo aquello que se hallaba paralizado.

  Es importante mantener viva la esperanza de un mañana, porque si mañana tenemos “sustantivos y adverbios”, eso significa que hay… un mañana!

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