Parecía que con la caída del Muro de Berlín, la destrucción del bloque comunista y la eventual desintegración de la Unión Soviética, nos iba a dar un mundo con menos incertidumbre, donde el diálogo y la diplomacia iban a ser los mecanismos para alcanzar la paz en el mundo.
No resultó de esa manera. Vladimir Putin y su camarilla de ideólogos absolutistas nos hicieron recordar, en palabras del filósofo inglés Thomas Hobbes, que “el hombre es un lobo para el hombre”. Según a esta visión hobbesiana, la esencia del individuo es ser egoísta, intolerante, maléfico y conflictivo. La paz y la construcción de una sociedad moderna se las establece a través del miedo a la destrucción y no por voluntad propia del individuo.
A decir verdad, si tomamos en cuenta la teoría de Hobbes, las sociedades modernas, como Estados Unidos, Inglaterra, México o cualquier país del mundo, emergieron a partir de un “contrato social”, donde todos los miembros de la sociedad decidieron abandonar el conflicto, la inestabilidad, la debilidad de las leyes, el orden y la falta de liderazgo.
Putin y todos los “ideólogos” realistas, quienes se cubren con el mando teórico de Hobbes y Maquiavelo, nos hacen creer que lo único que importa en las relaciones internacionales son los Estados (países). Se piensa que nuestro mundo está caracterizado por la volatilidad, el conflicto, los recelos entre países, la envida, los intereses y especialmente la pugna por el poder y la dominación.
Putin piensa que las organizaciones internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos o incluso organismos económicos regionales como el Mercosur o la Alianza del Pacífico, no son los mecanismos apropiados para resolver conflictos entre países, sino es la pura fuerza. Quienes ostentan poder, tienen el dominio del mundo, es su mezquino principio que le domina.
Así, las organizaciones internacionales sólo sirven como un simple fórum (un lugar de reuniones) para que las partes de cualquier conflicto, particularmente los poderosos, puedan utilizar sus espacios físicos para resolver problemas.
Tanto el problema de Siria como el reciente conflicto que afecta el territorio de Ucrania deben ser resueltos a partir de la fuerza, la coacción y la imposición.
El mundo de Putin es el Estado de Naturaleza; ese mundo tétrico, inmundo, lleno de incertidumbre, donde la avaricia de su gobierno y la codicia por el poder le hacen violar las normas y leyes internacionales. La integridad y la ética internacional son inexistentes en su mundo.
En consecuencia, los líderes mundiales, especialmente aquellos que se contraponen al autoritarismo y a los gobiernos dictatoriales, deberían aislar a su gobierno. Ya lo hicieron los países más desarrollados del mundo. El G8 expulsó a Rusia y ahora es G7.
Del mismo modo debe proceder la ONU. Rusia tiene la virtud de ser uno de los cinco países del Consejo de Seguridad Permanente, misma que le permite ejercer poderes absolutos, como el poder de veto, en problemáticas mundiales.
Este año, cuando la Asamblea General de la ONU se reúna en New York, una de los objetivos debería ser sacar a Rusia del Consejo de Seguridad Permanente. El gobierno de Putin no merece el liderazgo del Mundo.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com.
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