El Nevado de Ruiz es segundo volcán más mortífero de los últimos tiempos, después del Monte Pelee en Martinica, y el mayor desastre ocurrido en Colombia.
En la erupción de 1985 murieron más de veinticinco mil personas, entre ellas las tres cuartas partes de la población de Armero. Quedaron miles de heridos y miles de hogares destruidos.
La erupción fue relativamente pequeña, pero el flujo de barro causó el gran desastre. Tanto supervivientes como muchos observadores afirmaban que se podrían haber salvado muchas vidas si se hubieran seguido las recomendaciones de los expertos. Pero la verdad es que muchas causas se conjugaron, como la tormenta de esa noche que interrumpió la corrientes eléctrica y las comunicaciones y no se pudieron recibir llamadas de advertencia. Falta de entrenamiento y equipo de los rescatistas, etc. Fue el caso que el pueblo más dañado, Armero, se convirtió en Camposanto.
El monte Nevado del Ruiz, con sus nieves perpetuas en la cumbre, se alza hasta un altura de unos cinco mil cuatrocientos metros en los Andes colombianos. No era la primera vez que la montaña cobraba vidas. En 1595 ya habían muerto 636 personas por los ríos de lodo causados por una erupción y otra en 1845, dejó alrededor de mil muertos. Esa erupción dejó también un suelo fértil para el cultivo del algodón, el arroz y el café, entre otras cosechas, que hizo prosperar la comarca.
El volcán había estado muy calmado durante todo el siglo siguiente, aunque algunos vecinos le desconfiaban y seguían llamándolo “el león dormido”. En 1984 un grupo de montañeros dijo que habían sentido leves temblores de tierra y habían visto salir humo de la cima del monte, y a lo largo de la primavera y el verano de 1985, el volcán siguió temblando. En septiembre escupió una mezcla de vapor, piedras y cenizas que causó un flujo de lodo de casi veinticinco kilómetros.
La próspera comunidad granjera de Armero se halla a unos cincuenta kilómetros al este del volcán. En octubre de 1985, un equipo de geólogos colombianos dio a conocer un informe, afirmando que tanto Armero como otras localidades se hallaban en peligro inminente. Un equipo de vulcanólogos italianos trataron de convencer al gobierno para que se protegiera a la población, avisando de que “lo peor aún puede estar por llegar”; pero, como pasaban los días y no sucedía nada terrible, la alarma empezó a olvidarse. Y entonces, pasadas las tres de la tarde del 13 de noviembre, el Nevado del Ruiz experimentó una violenta explosión, que cubrió Armero con una lluvia de trozos de piedra pómez y ceniza.
El alcalde y el cura, sin embargo, tranquilizaron a la población transmitiendo mensajes de calma por radio y en persona. A las siete de la tarde, la Cruz Roja dio orden de evacuar la ciudad, pero al poco tiempo paró la lluvia de ceniza y se canceló la evacuación.
Dos horas más tarde, a las 9:09 de la noche, se oyeron dos violentas explosiones, y minutos después se vio una columna de humo y ceniza que se elevó hasta más de once mil metros de altura. Empezó entonces a salir piedra líquida, y a fundirse el manto de nieve. Por desgracia, las nubes impidieron a la gente de los pueblos cercanos ver cómo el hielo al fundirse se mezclaba con las piedras, formando flujos de lodo de quince metros de espesor que se derramaban en todas direcciones montaña abajo a una velocidad de unos cincuenta kilómetros por hora. Uno de eso ríos de lodo sepultó la localidad de Chinchilla, matando a más de dos mil personas, y otros muchos poblados quedaron arrasados. Armero, indefensa, estaba situada en un llano a orillas del río Lagunilla, que ya bajaba crecido al cabo de tres días de intensas lluvias. Cuando el flujo de lodo empezó a invadir su curso, el río se desbordó.
Las aguas anegaron la ciudad a las once de la noche, cuando la mayor parte de la gente estaba ya durmiendo o a punto de irse a la cama. Testigos dijeron que a esas horas, primero quedaron mudos los radios y segundos después se fue también la luz. Algunos salieron a la calle solo para ver que “Un río bajaba por la calle, arrastrando camas, dando la vuelta a los coches, arrollando a la gente”. El lodo y el escombro, “como un ejército de tractores”, empezaba la destrucción de Armero. La destrucción era total. La gente huía hundiendo los pies en barro caliente, y muchos lograron salvarse.
Un superviviente contó que el flujo de barro había hecho “un ruido quejumbroso como de una especie de monstruo. Parecía el fin del mundo”.
El barro se tragó el ochenta por ciento de las construcciones de la ciudad, enterrando a mucha gente que no tuvo tiempo ni de saber lo que estaba pasando, y cortando el paso a los que trataban de huir. A las afueras de la ciudad, un corresponsal de la agencia Reuters contó que se veían supervivientes apiñados entre sí en la cima de una colina, al raso: “figuras sepulcrales… ancianos, mujeres y niños, cubiertos de barro gris reseco, con el cabello tieso; en plena noche sólo sus ojos abiertos te permitían apreciar que estaban vivos”.
Cuando llegaron cuadrillas a Armero, al día siguiente, se encontraron un revoltijo de árboles, vehículos y cadáveres mutilados en un océano de barro. Unos cuantos supervivientes heridos yacían profiriendo gemidos; hubo que construir, sobre el barro, puentes de acero corrugado para poder llegar a ellos.
Más de treinta y seis horas después del desastre, miles de personas refugiadas en la cima de la colina, aterrorizadas por lo que aún pudiera hacer el Nevado del Ruiz, seguían sin comida, agua ni ayuda médica. Los helicópteros del ejército empezaron a izar gente para sacarla de allí. Un reportero de Reuters recordaba que él había visto morir con sus propios ojos a más de una docena de personas mientras esperaban la ayuda. Los helicópteros sólo operaban de día, cuando se acercaba la oscuridad estallaban peleas desesperadas por ocupar alguna de las últimas plazas para escapar…
Una gran tragedia que se recuerda, esperando nunca se repita.
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