Habían llevado sus padres a un pequeño, a visitar a los abuelos en su granja. El abuelo le regaló una honda (resortera, catapulta) y como era algo nuevo para él, con ella jugaba todo el día, practicaba en el bosque, pero nunca daba en el blanco. Una tarde, ya un poco desilusionado, regresaba a casa para la cena. Al acercarse a la casa, divisó al pato que era mascota de su abuela. Sin poder contenerse, usó su honda, y casualmente esta vez sí dio en el blanco, le pegó en la cabeza y lo mató.
Estaba acongojado y espantado por lo que había hecho y todavía con pánico, fue a esconder el cadáver del pato en el bosque. Pero se dio cuenta que su hermana mayor lo estaba observando. Susana lo había visto todo pero no dijo nada.
Después de la cena, la abuela le dijo: “Susana, acompáñame a lavar los platos.”
A lo que Susana replicó, “Abuela, Pedrito me dijo que hoy quería ayudarte en la cocina, ¿no es cierto Pedrito? Y a la vez que ella le susurraba al oído: “¿Recuerdas lo del pato?”
Sin decir nada, el niño lavó los platos.
La mañana del día siguiente, el abuelo preguntó a los niños si querían ir de pesca, pero la abuela intervino diciendo, “lo siento pero Susana debe ayudarme a preparar la comida”.
A lo que Susana con una pícara sonrisa dijo, “Yo sí puedo ir, porque Pedrito me dijo que a él le gustaría ayudarte abuela”.
Nuevamente le susurró al oído “¿Recuerdas lo del pato?” Entonces Susana fue a pescar y el niño se quedó.
Y así transcurrieron varios días en los que, aparte de hacer sus propias tareas, tenía que hacer las de Susana, hasta que finalmente él no pudo más.
Fue a buscar a la abuela y confesó que había matado al pato.
Ella se arrodilló, le dio un gran abrazo y le dijo: “Amorcito, yo ya lo sabía. Estuve de pie en la ventana y lo vi todo, pero porque te quiero te perdoné… Lo que realmente me preguntaba era hasta cuándo permitirías que Susana te tuviera como esclavo.’’
… Y así como Pedrito, a veces nos cuesta reconocer que cometimos una falta y lo peor es que aceptamos que nos chantajeen”
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