Cada vez son más las familias con un solo padre, se esfuerzan día con día para funcionar en su doble papel y sacar adelante a sus hijos. Conoce lo que debes evitar si te hallas ante el difícil reto de cuidar y educar a tu hijo en solitario. Si ya de por sí ésta es una tarea ardua y complicada para cualquier pareja, doblemente difícil lo será si lo haces sin el apoyo moral y/o económico de tu pareja y peor aún si eres padre.
Por diversos avatares de la vida, hay niños que viven con uno sólo de sus progenitores. Da igual que sean hijos de madres solteras, huérfanos de padre o madre o el fruto de un matrimonio roto, todos ellos verán condicionada su educación por la ausencia de uno de sus procreadores. Muy a menudo oímos decir a estas personas, encargadas y responsables a su vez de la crianza y educación de sus hijos: “tengo que hacerla de madre y padre a la vez”, sin tener idea o sin saber el error en el que incurren al decir, o mejor dicho, al llevar a cabo tal sentencia.
Esas palabras corresponden a lo que los psicólogos denominan hacer de rol supletorio, lo cual por supuesto que no es recomendable en absoluto; porque además esto de pretender ser padre y madre a la vez resulta prácticamente imposible, puesto que cada miembro de la pareja juega un papel diferente en la educación del niño, por consiguiente, sólo en ciertas ocasiones muy contadas, el progenitor encargado del cuidado del menor podrá desempeñar aquellos papeles que tradicionalmente se han asignado al sexo contrario.
Es imposible suplantar a la madre o al padre ausente, aunque lógicamente éste sí puede ser sustituido, pero insistimos: nunca suplantado. Por ejemplo, si tras un divorcio, la madre (que suele ser la persona que posee la custodia de los hijos) inicia una nueva relación sentimental, lógicamente esta nueva persona que entra a formar parte de la familia, sustituirá la figura del padre, pero jamás podrá suplantarlo, tanto si este último sigue manteniendo o no relación con sus hijos. Lo mismo cabe decirse ante una viudez o ante aquellos casos en que tíos o abuelos quedan al cuidado del niño.
La cuestión es que nunca se debe actuar como si fuésemos la otra persona, pues además de que estamos actuando, de que en realidad no somos nosotras mismas, actuamos en detrimento de nuestro propio rol.
Conclusión: siempre debemos actuar como somos realmente y nunca como si fuésemos otra persona, de lo contrario corremos el peligro de perder, más que de ganar.
Otros problemas surgen en el caso de las madres solteras.
En estos hogares suele manifestarse una afectividad excesivamente intensa y posesiva. La madre suele volcar todo su amor, su atención y sus energías en el cuidado de su hijo, lo que a largo plazo provoca una clara dependencia del niño respecto a la madre, mostrándose los signos más evidentes al entrar en la adolescencia.
En estos casos, lo mejor que puede hacer la madre para evitar que esto llegue a ocurrir, es procurar que el niño desde bien pequeño se relacione habitualmente con otras personas, especialmente con niños de su edad, bien en la guardería, en el parque, con vecinos o parientes, etc., la cuestión es que en la vida del niño existan otras personas, otros elementos enriquecedores, de lo contrario, esa interdependencia que une a madre e hijo podría llegar a ser perjudicial para el desarrollo psicológico de ambos.
En cualquier caso, el hecho de que un niño viva con uno solo de sus progenitores no tiene por qué causar ninguna carencia en su educación ni en su vida personal o social, siempre y cuando el educador encargado de la custodia del niño, no pretenda ser padre y madre a la vez, sino ser él (ella) mismo, ya sea el uno o el otro, y además se debe tener muy en cuenta lo que ya señalamos en párrafos anteriores: Un padre o madre ausente, simplemente no se puede suplantar…!
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