Una historia de ambición y avaricia, pero llena de astucia e ilegalidad. Este relato que apareció en la nota roja de la prensa de la ciudad de Puebla, México, sin firma del reportero que supuestamente presenció el suceso y sin aclarar si él mismo fue parte de los hechos.
Sucedió en 1989, cuando el periódico dominical anunció una ganga (oferta) irrepetible: Un coche de lujo que por razones de salud era rematado a menos de la mitad de su precio, pero en estricto efectivo y solo ese día, ya que quien cumpliera los requisitos, se lo llevaría. El anuncio no tenía teléfono a la vista, la dirección correspondía a uno de los barrios más lujosos de la ciudad.
A media mañana del domingo llegó a dicha casa un joven que dijo ser ejecutivo de un banco y al que aparentemente las cosas le iban bien, desde el punto de vista económico. Llamó al timbre y le recibió un hombre mayor, encorvado y con gruesos lentes, y al hablar dejaba ver su evidente dentadura postiza. Juntos fueron a la cochera, donde estaba estacionado el coche semi nuevo y en impecable estado.
El banquero corroboró que el coche apenas tenía unas cuantas millas, el motor, la tapicería y la carrocería estaban impecables. Lo que no pudo creer fue el precio, que no era la mitad sino una tercera parte del precio original del auto. “Es que me urge el dinero para meter a mi esposa al hospital”, explicó el anciano.
El banquero fue veloz a hacer un retiro y regresó a la casa con un portafolio lleno de dinero. El anciano casi besa sus manos al verlo. “Joven, usted será la salvación. Venga, acompáñeme a firmar los papeles. ¿Le apetece un brandy para celebrar?”
En la lujosa sala de la casa, el anciano sirvió dos copas y dejó al joven bebiendo la suya mientras subía a la recámara a buscar los papeles del auto. El joven apuró el trago quizá felicitándose por su buena estrella para encontrar una ganga como aquélla.
Cuando el anciano bajó a la sala, el joven estaba tirado en la alfombra, roncando como un niño de brazos luego de tomar leche. De la cocina salieron dos hombres que ataron al joven banquero y lo llevaron a una habitación.
Al despertar, el joven se halló en una habitación con más gente amordazada igual que él, todos callados y temerosos de un hombre con máscara de Carlos Salinas de Gortari, que entonces era presidente de México, y tenía en las manos un arma automática.
En las horas siguientes, tres personas más fueron llevadas completamente dormidas por el coñac a la habitación. Allí había comida y agua que el enmascarado administraba a los presentes cuando pedían una cosa u otra.
Si alguien quería ir al baño, otro enmascarado de Salinas de Gortari los levantaba gentilmente de su lugar y los llevaba al baño, aguardando junto a ellos mientras hacían sus necesidades, así se tratase de una mujer.
No hubo torturas, violencia innecesaria o abusos de mujeres. A los raptados se les trató con un respeto que rayaba en el cinismo y se les tuvo cautivos hasta bien entrada la noche del domingo al lunes.
El lunes, al salir del cuarto los raptados se hallaron con que dos de ellos eran los dueños de la casa, que estaba vacía, con el coche en su lugar. En una olla de la cocina había restos quemados de maquillaje y las máscaras del presidente Salinas.
Los ladrones habían vendido seis veces aquel lujos auto por una cuarta o una tercera parte del su precio y no dejaron rastro alguno con que la policía pudiera seguirlos… Y hasta la fecha, de ellos no se ha sabido nada!
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