La historia la cuentan de varios modos, yo te daré una versión corta: Juan era un buen hombre que se ganaba la vida moviendo mercancía, animales y personas en su barca a distintos puntos del lago. Toda clase de personas había conocido en su trabajo, pero ninguna tan presumida como un joven que pidió lo llevara a la ciudad de la rivera opuesta. Dicho joven creía saberlo todo y, además, le gustaba humillar a los demás, al hacerlos reconocer su ignorancia de cosas que él sí sabía.
Como el trayecto duraría horas, el erudito trató de entablar conversación, pero en todos los temas que intentó, como gramática, botánica, astronomía, filosofía, etc., con todos se topó con la ignorancia de Juan el barquero quien, para rematar, le confesó al erudito que no sabía siquiera leer ni escribir. El erudito hizo todo un discurso en contra de la ignorancia y terminó diciendo a Juan que, siendo tan ignorante, era como si viviera a medias, que había perdido la mitad de su vida… Juan calló humildemente como si pensara que el erudito tenía la razón. Pero el lago pensaba diferente. Se enfureció, juntó nubes de sabe dónde, se soltaron fuertes vientos y se desató una terrible tormenta, y la barquita, a la merced de altas olas fue a chocar contra unas rocas.
El joven gritaba desesperado. Estaba a punto de desaparecer bajo los remolinos de agua y la espuma. Juan no lo pensó dos veces: nadó hacia él, lo agarró de una muñeca con fuerza para mantenerlo en la superficie. Después, con mucha dificultad, le abrazó por la espalda y tiró de él hasta llevarlo a salvo en la orilla.
El joven ‘sabio’ llegó a tierra casi inconsciente. Cuando por fin se recuperó un poco, sus ojos se cruzaron con los del barquero que lo veía con compasión, pero sin entender como un hombre tan sabio no supiera algo tan elemental como nadar…
El erudito sintió mucha vergüenza por sí mismo y, gratitud y admiración por ese humilde hombre que arriesgó la vida para salvar la suya. Entendió que jamás se puede menospreciar a los demás porque creamos que saben menos que nosotros.
A menudo, los conocimientos esenciales, lo conocimientos básicos, esos que sabían nuestros padres y nuestros abuelos, son los más importantes….
Y ahora, ¿Necesito explicarte la lección que podemos sacar de esta historia con respecto a la situación que ahora vive el mundo?
Presumimos de saber mucho ¡Nunca la humanidad había sido tan ‘sabia’! Y más de la mitad de la gente del mundo no sabe lo que son los virus ni con qué se comen. Y más de la mitad del mundo no sabemos cómo mantener en buenas condiciones nuestro sistema respiratorio… o el sistema circulatorio, o cómo mantener alerta y bien fortalecido nuestro sistema inmunológico… Sabemos mucho, como el erudito del cuento, pero no sabemos ‘nadar’.
¿Seguiremos en nuestra arrogancia de creernos sabios? ¿Seguiremos dando poca importancia a los que nos atienden en nuestras enfermedades, a los que enseñan a nuestros hijos, a los que limpian nuestras ciudades, a los que mantienen el orden público, a los que reparten mercancía y mantienen los mercados abastecidos? ¿A los que cultivan los campos y crían los animales que nos alimentan? ¿Seguiremos pagando millones a los que nos entretienen y divierten en espectáculos deportivos o haciendo gestos ante las cámaras, mientras les negamos un salario decente a los maestros y a los sabios que nos ilustran y protegen?
Dicen que un mundo diferente va a resurgir después de la epidemia…. ¿Qué tan diferente? ¡Esa es la cuestión! Muchos ya están planeando grandes fiestas, ¡party, party, party!!!…… Ojalá mejore el mundo, pero sigo creyendo que no tan fácilmente entenderemos la lección… Te aseguro que al final de la pandemia, muchos se irán a la ‘fiesta’ en vez de irse a la alberca a aprender a ‘nadar’ El entretenimiento y las distracciones son necesarias, pero después del estudio, después del trabajo… No cambies el orden de las cosas. Mantén lo importante en primer lugar… después lo secundario.
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