La fiesta de “El bosque maravilloso” estaba en su apogeo y cientos de animales disfrutaban de ella con alegría. En esto apareció don Cocodrilo, y todos los animales echaron a correr, pues tenía fama de “estar salado”; es decir, que atraía la mala suerte sobre todo a aquel que se le acercase y no se diga si charlaba con él.
Don Cocodrilo no se dio por enterado de la polvareda que había levantado su presencia y, tan tranquilo como era de costumbre, se dirigió a la caseta del “tiro al blanco”.
Había visto un puro muy hermoso y quería fumárselo a la salud de los presentes. Naturalmente, cundió el pánico allí, pues todos estaban seguros que a don Cocodrilo le saldría el tiro por la culata y alguien sería malherido.
Don Cocodrilo, sin inmutarse, apuntó al puro de sus sueños, contuvo la respiración y … ¡Disparó! El perdigón dio en el techo; desde allí rebotó hacia un árbol cercano; fue a parar a una viga que sujetaba la caseta y desde ésta….. Al trasero de Conejín que, por cierto, en ese momento estaba robando un caramelo a doña Pata!
Don Cocodrilo se puso muy contento al ver que su tiro, que aunque no tuvo éxito para ganar su premio, había servido para atrapar a un ladronzuelo.
El dueño de la caseta gustoso le regaló el puro al que aspiraba y, desde ese momento, nuestro protagonista dejó de ser “el salado” del bosque.
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