En Madrigolandia había un osito muy alegre y chistoso a quien todos llamaban Barro, pues el color de su piel se asemejaba mucho al del citado elemento. Con él cualquier pena o preocupación desaparecía al instante, tal era el ánimo y las ganas de vivir que solía transmitir a todos.
Un día llegó al pueblo un circo ambulante. Naturalmente, Barro y sus amigos asistieron a la primera sesión. Lo pasaron bien, pero Barro notó que algo faltaba en la función. “Quizá un poco de alegría y animación”- pensó.
A la salida, el audaz osito se dirigió a la “roulette” ocupada por el director del circo, y le ofreció sus servicios como payaso, pues en ese circo no había ninguno.
El director aceptó probar a Barro como payaso en la próxima función. ¡Si lo hubieras visto reírse a mandíbula batiente junto a todo Madrogolandia con las payasadas de Barro!
-¡Barro, eres formidable! ¡Qué muchacho! -Le gritaban sus amigos, entusiasmados.
El director se apresuró a ofrecer un ventajoso contrato a Barro, pero éste le replicó.
-No acepto dinero alguno por hacer reír a los demás. Eso es parte de mi vida. Me conformo con tener dónde dormir y algo que comer.
Desde ese día, Barro se convirtió en la estrella del circo ambulante, y se sentía más que feliz, pues dedicó todo su arte a esparcir por el mundo la semilla del buen humor y de la felicidad.
Moraleja: Amiguito: al hacer feliz a los demás lleno de regocijo te sentirás!!
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