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La Maldicion del Great Eastern

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Era un barco con el doble de ancho de lo normal y el más rápido en su época. Se dijo que era una maravilla de ingeniería construido cincuenta años antes de su tiempo; pero tuvo tantos problemas para z

Era un barco con el doble de ancho de lo normal y el más rápido en su época. Se dijo que era una maravilla de ingeniería construido cincuenta años antes de su tiempo; pero tuvo tantos problemas para zarpar, que decían estaba maldito!

Primera de dos partes:

Era tan enorme, tan hermoso y con tantos adelantos tecnológicos que el Great Eastern era el orgullo de su diseñador, era la máxima joya del constructor que financió
la operación y era la admiración de quienes lo podían ver.

Su desplazamiento era cuatro veces superior y el tonelaje total cinco veces por encima de cualquier aparato que se atreviera a cruzar los mares. Tendrían que pasar más de sesenta años antes de que algún barco construido por mano humana se aproximara o igualara las dimensiones del Great Eastern en su época. Ocho masivas máquinas de vapor movían el monstruo, con pistones que tenían un diámetro de seis pies.

Los camarotes de los pasajeros estaban iluminados por lámparas de gas, pero la cubierta superior tenían lámparas de arcos eléctricos. Veinte años antes de que Tomás Edison inventara el sistema.

El barco estaba diseñado para acomodar cuatro mil pasajeros con todas las comodidades conocidas en la época… y algunas no conocidas. Lo más extraordinario del Great Eastern estriba en los hombres que le dieron vida al proyecto. Un hombrecito genial, adusto y solitario conocido como Kingdom Brunel y el todopoderoso millonario dueño nada menos que del “maldito” diamante Hope.

EXTRAÑA PAREJA

Brunel, jamás en su vida había diseñado un barco. Era un genio en la construcción de ferrocarriles, túneles y puentes, además tenía una habilidad especial para jugar en la bolsa, y se le temía por sus facultades psíquicas y poderes de comunicación con el otro mundo.

Antes de cumplir los veinte años, este extraordinario hombrecillo, construyó el túnel que cruzaba el río Támesis. Poco antes de su muerte inventó un forcepts que, aún en nuestros días es pieza básica en el instrumental de cualquier cirujano en el mundo. ¿De dónde sacaba esos extraordinarios conocimientos Brunel? Nadie lo sabía. Pero aún faltaba el misterio más extraño de todos. El dinero para la construcción del monstruo futurista partió del bolsillo menos esperado, fue el banquero londinense Lord Henry Thomas Hope, dueño del Diamante Hope conocido por su “maldición sobre los que lo poseían”, quien asumió la responsabilidad financiera

¿Acaso el destino ligaba la maldición del diamante con el barco a construirse?

Dos mil obreros se dieron cita alegremente el día programado para el inicio de las labores. El astillero se había situado en la isla de los Perros a un costado del Témesis. Empezó la construcción y empezaron las cosas extrañas: Un joven trabajador de apenas quince años se cayó por uno de los costados que empezaban a alzarse, falleciendo instantáneamente. Dos trabajadores le siguieron a la misma fatídica suerte en menos de una semana. Otro más cayó de un andamio y ahí murió. Un silencio de muerte y pesimismo se cernían en el astillero.

Los periódicos dieron rienda suelta a la imaginación proclamando que el Diablo maldecía a todos aquellos que se acercaran a la construcción mediante el Diamante Hope. La construcción disminuyó en su ritmo vital, pero no en su impulso. El barco tenía que ser construido en el tiempo marcado a como diera lugar y así sería…. Y continuaron las fatalidades.

Uno de los ejecutivos de la compañía, moría de repente y sin motivo aparente, en plena sesión comercial. Días más tarde un visitante que se encontraba demasiado cerca de la construcción caía al suelo con la cabeza reducida a pulpa por una de las grúas ante la aterrada mirada de los trabajadores.

Todas las muertes habían sido instantáneas y para colmo de desgracia una tarde a la hora del cobro se notaba la pérdida de dos trabajadores que colocaban remaches en las pailas interiores.

El capataz mandaba a buscarlos pensando que simplemente se habían retrasado. Nada más lejos de la verdad. Los dos trabajadores se habían esfumado…. Jamás volvieron a verse!!!

A pesar de tanto “accidente inexplicable”, por fin llegaba el ansiado día de la botadura oficial. Noviembre 3 de 1857. En ese día la hija del millonario banquero Hope estaba dispuesta a amadrinar el barco con la clásica botella de champagne. La señorita Hope alzó la botella sobre la borda y antes de que tuviera el tiempo de estrellarla bautizando el barco éste se deslizó ominosamente en las sólidas cadenas que lo sujetaban.

Ante la gritería de la inmensa multitud que se congregaba en el lugar el coloso de acero se doblaba hacia un costado aplastando decenas de vidas humanas que trataban de escapar de la mole que se inclinaba. El cuadro no podía ser más espantoso. ¡Ese fue el bautizo que recibió el barco más grande del mundo; el bautizo de la sangre humana!

Al mes exacto se realizaba un nuevo intento de botadura en el Támesis. La multitud acudía en cantidades aún mayores que la primera vez, todos querían ver la siguiente etapa de la maldición Hope sobre el Great Eastern. Poco tardarían en saciar su curiosidad. Evidentemente, bajo el excesivo peso de la multitud uno de los muelles cedía aparatosamente sepultando en el agua a cientos de espectadores. Entre los gritos de auxilio se olvidaba la botadura del inmenso monstruo….

Este golpe fue demasiado para el hombrecillo responsable indirecto de tanta sangre. El corazón de Brunel falló de repente y tuvo que ser internado. Casi dos meses más tarde se lograba al fin lanzar el hosco barco al agua grasienta y aún sangrante del Támesis. Era el 31 de Enero de 1858.

El 9 de Septiembre de 1859. Un enfermo, moralmente destruido y melancólico Brunel subía al inmenso barco para su prueba final antes de dedicarlo al transporte de pasajeros. Brunel apoyaba sus manos en el puente de mando. Todo estaba listo. Sus ojos miraban la gigantesca estructura y cuando él elevaba el brazo para dar la señal de partida, caía muerto de una embolia. Tras de este último presagio ya nadie guardaba la menor duda de que la maldición de los infiernos había caído sobre el barco.

Dos días mas tarde, el sacerdote daba los últimos toques a la ceremonia en el cementerio y cuando el ataúd de Brunel era bajado a la tumba, una terrible explosión se dejaba sentir en todo Londres. Una de las ocho calderas del Great Eastern había reventado en mil pedazos. Nueve hombres que trabajaban en el Great Eastern eran reducidos a llamas vivientes y se cocinaban vivos!… y catorce más pasaban a los hospitales a punto de morir; y todo esto en pleno entierro de Brunel!!!

Junto con la vida de Brunel habían terminado las desgracias del Great Eastern? ¿Qué nuevas trage
dias esperaban a aquella enorme mole de hierro?… ¡¡NO SE
PIERDA LA CONCLUSION LA PRO-XIMA SEMANA!!!

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