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DE SER HIJO ÚNICO, A HERMANO MAYOR… ¡QUÉ CAMBIO!

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El saber que otra personita llegará al hogar les ocasiona frustración, rabia y tristeza, a algunos pequeños por lo que los padres, deben propiciar la convivencia en familia

Betito está a punto de cumplir los cinco años y se siente muy feliz porque sus papás le harán una fiesta en grande, con payasos, dulces y piñatas, pero porque además, será el encargado principal de presentar a su recién nacida hermanita, Natalia. Se siente muy ansioso porque llegue este día!

Pero esta situación aunque sería la ideal, no es tan realista, porque son muy pocos los niños que se comportan de esa manera con la llegada de un “nuevo miembro” a la familia. Según Marie Zippelius, psicóloga de la Clínica Mayo, para lograr este equilibrio se requiere de una preparación intensa, que permita la participación activa del pequeño en la vivencia del embarazo y lo involucre en el nacimiento y llegada a casa de una forma cotidiana y poco amenazante.

La irrupción de un nuevo bebé en el entorno familiar genera un dolor muy grande en los niños, especialmente cuando han sido por mucho tiempo como hijos únicos. “Mientras más grande sea el niño y mayor diferencia tenga con el bebé, más difícil será la aceptación, pues hasta entonces ha vivenciado la exclusividad plena y la satisfacción inmediata de sus necesidades. Se ha acostumbrado a recibir sin demora lo que él demanda, porque no hay nada que se interponga en su relación con los padres”, señala la psicóloga.

Esto se hace más evidente después de los cinco años, pues hasta esa edad el niño se adapta más fácilmente a las situaciones. No obstante, necesita tiempo para integrar su nueva realidad y para ello es esencial la actitud de los padres. Muchas veces éstos exigen al hijo mayor que sea simpático y amoroso con su hermano, y a veces el niño no tiene ganas de serlo, enfatiza Zippelius.

UN EMBARAZO COMPARTIDO

Sea cual sea la edad por la que atraviesa el pequeño, es muy importante que viva el embarazo junto con su mamá y que sienta que el bebé que está por nacer es también “su” bebé. Esto implica, por ejemplo, acompañar a la mamá a las ecografías, sentir las pataditas en el vientre, escuchar los latidos de su corazón, o bien, elegir los colores, muebles y juguetes para su alcoba. También puede ser muy útil explicarle con libros ilustrativos todo el proceso del embarazo y su evolución mes a mes.

También es bueno enseñarle a compartir con otros niños desde pequeño. Una vez en casa, es importante que el pequeño se sienta incluido en todas las actividades -como mudas, baños, comidas y paseos- y que su vida continúe tal y como era antes. Si la mamá le leía un cuento por la noche debe seguir haciéndolo.

“Todo cambio en este tipo de actividades debe realizarse seis meses antes o seis meses después del nacimiento del hermano -explica Zippelius- pues, de lo contrario, el niño se puede sentir invadido y desplazado por el bebé que llega a su casa”. Lo ideal es que los papás le vayan mostrando que a pesar de la llegada del hermano ellos lo siguen queriendo igual y que pueden compartir con ambos.

LAS VENTAJAS DE SER MÁS GRANDE

La experta insiste en que los padres deben concientizar a su hijo mayor sobre las ventajas que tiene ser más grande, restando un poco de protagonismo al bebé para evitar competencias.

En este sentido, es importante reforzar sus logros y darle los espacios necesarios para compartir con él, saber qué piensa y siente y hacerle ver su “nuevo status” de “hermano mayor”.

Frases como “¡Qué grande eres, ya te puedes bañar solo! Algún día podrás enseñarle a tu hermanito”, etc., ayudan en gran medida a que él comprenda este concepto, refuerce su autoestima y sienta que ha alcanzado grandes logros.

Deben preguntarle además qué piensa de su familia, qué siente por su hermanito, si es feliz con él o si hay algo que lo entristece. En la medida que el niño se sienta escuchado, irá dejando atrás cualquier tipo de frustración o desplazamiento.

Lo más importante es que este proceso sea manejable y armónico. Una señal de alerta en este sentido la reflejan las conductas reiterativas y permanentes. Si después de seis o siete meses del nacimiento el niño no ha superado sus problemas a pesar de haber compartido con él y de haberlo premiado, es conveniente visitar a un psicólogo. Así también, si hay muestras de excesiva agresividad en las que el bebé corra peligro.

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