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“EL COMPLEJO DE CULPA”

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Cuando una mujer que trabaja fuera de casa, da a luz y termina su período de incapacidad, al prepararse para volver a sus actividades le empieza a atacar algo conocido como..

Mi pequeña hija Jessica cumplía tres años ese día y le iba a celebrar su fiesta en el kindergarten.

Aquella mañana había dejado mucho por hacer en la oficina para llegar al kínder cargada de cajas y paquetes, dulces, platos, sombreritos y regalos que ya había comprado.  Al terminar la fiesta, cuando me disponía a regresar al trabajo, la maestra de Jessica me pidió que me quedara y le leyera un cuento a toda la clase. Me sentí en una encrucijada: quería quedarme, pero tenía que regresar a la oficina… y ganó la oficina.

Un año después, aquel terrible momento me sigue atormentando. Una y otra vez Jessica me lanza un “ataque sorpresa”: Me mira con sus grandes ojos inocentes y susurra: ¿Mami, por qué te fuiste de mi fiesta? 

El complejo de culpa; ese mal crónico de la madre que trabaja fuera de casa, es como un altoparlante dentro del cerebro, que parece bombardearlo a uno a preguntas… ¿Estaré pasando suficiente tiempo con mi hija? ¿Sería ella más feliz si yo estuviera más tiempo a su lado? ¿Estaré haciendo lo debido? Y el gran reto: ¿Seré buena madre?

Algunas amigas mías, que son de las madres que se quedan en la casa, ayudan a las maestras en el aula, se van de excursión con sus hijos y juegan con ellos… ¡Me siento celosa de ellas! Pero por otra parte, estas mujeres no han tenido las experiencias tan ricas que forman parte importante de mi vida. Y sus hijos no las ven como modelos ni las asocian con “el mundo exterior”. En realidad estas madres tienen poco de qué hablar, como no sea de sus hijos, y más de una se me ha quejado de estar aburrida.  Aún así, a veces siento que estoy con un pie en mi papel de madre y el otro en mi carrera, y que no estoy cumpliendo ninguno de los dos a cabalidad.

Los hombres no conocen de estas luchas. A ellos se les entrena para trabajar, alcanzar metas, triunfar.

Por ejemplo, mi marido es un padre excelente. Está “chiflado”: con Jessica. Se entusiasma cuando le hace el cereal por la mañana o le lee algún cuento antes de que se duerma por la noche. Sin embargo, a él nunca se preguntaría: “¿Debo estar en la oficina haciendo mi trabajo, o acompañar a mi hija a la clase de ballet? En cambio, en general las mujeres nos preocupamos por esas cosas.

El Comienzo del Complejo

Recuerdo el momento en que comenzó mi complejo de culpa. Fue la mañana que trajimos a Jessica a casa; era un montoncito de carne de dos días de nacida. Una amiga vino a verla y exclamó: “¡Felicidades!” y acto seguido: “¿Vas a regresar al trabajo?” Hasta ese momento estaba segura que sí, pero la pregunta me hizo pensar. ¿Debo regresar o no? ¿Podría dejar a mi bebé con una extraña?…

Dos meses después contraté una nana y volví a la oficina. Y hoy, mientras mami está ganándose el sustento, otra persona es testigo de los grandes momentos en la vida de mi hija; el primer diente, el primer paso, la primera palabra. Cuando llego a casa y mi hija está cantando canciones que aprendió con la niñera; canciones que no conozco me siento culpable, me siento como un trapo.

Los expertos dicen que nuestros hijos pueden crecer perfectamente mientras nosotras trabajamos, siempre que sean bien atendidos y educados por ‘nanas y maestras’ cariñosas y experimentadas.  Pero ¿cómo no preocuparnos? ¿Cómo eliminar ese complejo de culpa de la madre que sale a la calle a trabajar?, ¿Quiero dejarlo, o no? Mi respuesta siempre es la misma: ¡No!

Si no trabajara, me pasaría el día sentada en casa esperando que la niña regresara de la escuela. Y yo soy una persona que necesita estar ocupada.  Los expertos nos urgen a ser menos estrictas con nosotras mismas: si te pierdes el primer paso del niño no es el fin del mundo; ya habrá un segundo y un tercero cuando estés presente”. 

Yo desearía que los maridos que nos ayuden y que participen de la crianza de los hijos, y que no esperen un aplauso cada vez que cambien un pañal.

Y que los jefes que nos apoyen y nos den la suficiente flexibilidad en el trabajo para llevar, por ejemplo, a nuestro hijo al doctor, o asistir a una función escolar.

La época en que las madres lo hacían todo, terminó. Y la realidad es que habemos muchas mujeres que son madres y que trabajan fuera de casa, pero no queremos ser víctimas del sentimiento de culpa. 

Espero que algún día Jessica entienda mis razones y me da la corazonada de que ella también querrá ser “una madre que trabaja fuera de la casa”. •

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