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El día que mi hijo y yo, matamos al cucuy!

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Como madre que soy les puedo decir que sé lo que implica educar a los hijos y tratar de que desde pequeños venzan sus miedos y temores para que su desarrollo sea pleno y en lo posible puedan tener un

Como madre que soy les puedo decir que sé lo que implica educar a los hijos y tratar de que desde pequeños venzan sus miedos y temores para que su desarrollo sea pleno y en lo posible puedan tener un futuro omisorio.  Pero si bien, eso no es fácil para cualquier padre de familia, la situación se complica un poco más cuando la madre, por cualquier razón, se ve en la necesidad de salir a trabajar fuera de casa, ya que entonces, aparte de los problemas “normales” que hay en su crecimiento, hay que ayudarle a enfrentar y vencer sus temores y miedos. Uno de los miedos más habituales cuando son pequeños, es la angustiosa separación de sus padres, el miedo al abandono.

Cuando su mamá lo deja en una guardería (day care) o con una persona que lo cuide, y se marcha, el niño no sabe cuánto debe esperar para volver a verla y es en ese lapso, cuando las costumbres, las palabras y la forma de ver la vida, de quien cuida al pequeño se vuelve trascendental en su primera educación. Según los expertos en educación infantil, los miedos aparecen y desaparecen, -a veces sin darnos cuenta de ello-, además de que éstos van cambiando a medida que el niño va creciendo. De bebés, a las personas extrañas, a los objetos raros, a los ruidos fuertes; luego vendrá el miedo a la oscuridad, a la muerte, a los ladrones, a los monstruos, al cucuy…. Y es precisamente sobre este tirano infantil, que les voy a narrar mi historia, mi experiencia:

Cuando mi hijo mayor tenía unos 4 ó 5 años y recién me había encargado de darle matarili a la última adquisición del sawpmeet un bello conejito. Creí hacerle un favor al sacarlo un rato al sol en pleno verano y cuando recordé, el conejo había estirado la pata, como se dice coloquialmente.  En ese tiempo a mi hijo lo cuidaba una vecina y ella, como mucha gente le había metido la idea del cucuy, algo que yo siempre odie
de pequeña, y que en algún momento juré, que jamás espantaría a mis hijos con semejante estupidez.

Sin embargo, el miedo de mi hijo por aquel imaginario personaje fue subiendo de tono, hasta convertirse en un verdadero problema. Primero empezó con que abajo de la cama estaba el temido cucuy, de que en la tasa del baño iba a salir el cucuy y también que no quería apagar la luz porque le iba a jalar un pie el cucuy. Sinceramente todo argumento que yo le decía, de nada servía y el problema iba poniéndose de color de ojo de hormiga, si es que esto es posible.

Sentía mucha rabia conmigo misma por la necesidad de dejarlo para trabajar y también coraje con la vecina por tener tácticas tan tontas, torpes y porque no decirlo, hasta estúpidas. Una tarde, en que mi hijo estaba con sus miedos, yo estaba desesperada, impotente de no saber como actuar. Necesitaba algo de aire fresco, entonces salí un momento a levantar la jaula vacía, el niño se acercó y me reclamó por enésima vez la muerte de su conejo y  entonces sin pensarlo y sin saber porque le dije: “oye mi hijo, a ver ven aquí dime que es lo que te da miedo del cucuy” El se sorprendió mucho, porque claro, en ese momento el tema era el conejo muerto, no el cucuy.

Mami -lloriqueo-, es que Lupe dice que si no me porto bien el cucuy me va a comer, y si no como bien el cucuy me va a llevar! ¡Ah! ¿de verdad?, vaya -pensé para mis adentros- que tonta es Lupe, ¿crees eso?… Mira le dije, imagina que el cucuy de verdad existiera y que estuviera abajo de la cama y que entre tú y yo lo atraparamos y que lograramos ponerlo en la jaula del conejo, que en paz descanse, agregué, ¡te imaginas!
Él, incrédulo abrió los ojos y yo continúe. Imagínate mi amor que ya adentro de la jaula lo pusiéramos aquí en la puerta y llenáramos tu alcancía por cobrarles a todos los niños que vinieran a ver al cucuy atrapado, todos esos niños que tanto le temen… Te imaginas nuestra foto en todos los periódicos diciendo: “Mamá e hijo atrapan al cucuy” Atónito, balbuceando y con esa expresión única de la inocencia sólo atinó a decir: de verdad Mami ¿crees que algún día lo atrapemos?

Aquella idea le agradó tanto, que a los pocos días, él sólo apagaba la luz para ver si salía el cucuy, o le jalaba al baño y esperaba verlo, desafortunadamente jamás logramos atraparlo. Meses después, Lupe me comentó que su hija y mi niño una tarde jugaban a atrapar al Cucuy, preocupada me preguntó si eso estaba bien, yo sólo pude contestarle: “No lo sé, pero por favor si lo atrapan llámame para traer la jaula que tengo ya preparada para meterlo y cobrar por dejar que lo vean!”

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