En el mundo siempre hay vivales que se aprovechan de la buena voluntad de las personas, para sacar algún provecho. Otros, a base de mentiras y triquiñelas viven y viven bien. Pero en el mundo hay poco
En el mundo siempre hay vivales que se aprovechan de la buena voluntad de las personas, para sacar algún provecho. Otros, a base de mentiras y triquiñelas viven y viven bien. Pero en el mundo hay pocos o tal vez ninguno como Ferdinand Waldo Demara, uno de los mayores impostores de todos los tiempos, logró hacerse pasar (y con mucho éxito por cierto) como cirujano y profesor universitario, teólogo, psicólogo, doctor en filosofía y ayudante del alcalde de una cárcel. Las andanzas de este peculiar embaucador, se remontan a 1941, cuando después de desertar de la Marina y del Ejército norteamericanos, ingresó en un monasterio de Kantucky con el nombre (falso por supuesto) de Robert Linton French, doctor en filosofía; confesóse abrumado por la guerra y deseoso tan sólo de encontrar la paz en una orden religiosa.
Durante un par de años se sometió a todas las disciplinas excepto a la de la frugalidad (parco en comer y beber). Empezó robando alimentos y cuando, por una feliz casualidad, se le envió a trabajar a unas viñas, él y otro monje se atiborraron de mosto y renunciaron a sus votos de silencio. Para desgracia suya sus pecados fueron descubiertos. El otro hermano se confesó y pudo permanecer en el monasterio, pero Demara decidió que la experiencia era suficiente y lo abandonó.
El año siguiente Demara comenzó sus nuevas vidas pidiendo prestado el nombre de Anthony Ignolia, cocinero del ejército, pero al no alcanzar la posición que él deseó, falsificó su suicidio y “pidió prestado” otro nombre, francés de Roberto Linton, y se hizo psicólogo religioso. La marina y el ejército lo tomaron como eventual y él sirvió 18 meses en la prisión – estudiando para su trabajo siguiente, por supuesto. Una cadena de carreras pseudo-académicas seguidas.
Y su trayectoria siguió, pero contrariamente a la mayoría de los impostores, cuyos fracasos son debidos a fallos de sus planes, la caída de Demara fue consecuencia de su propia brillantez. Tal sucedió en 1952, cuando se hallaba a mitad de su más espectacular aventura: lograr que lo nombraran teniente cirujano en la Real Armada Canadiense, durante la guerra de Corea, utilizando las credenciales de un médico amigo suyo.
Demara, mientras se hacía pasar por un médico que había decidido estudiar teología en New Brunswick, conoció a un tal Joseph C. Cyr. El joven doctor Cyr aspiraba a conseguir una licencia médica norteamericana en Maine, a fin de poder ejercer al mismo tiempo en Canadá y en los Estados Unidos. Demara se brindó para presentar la documentación de su amigo en el Colegio Médico de Maine. En lugar de hacerlo, se valió de la documentación para ingresar en la marina bajo el nombre de doctor Cyr. Su primer caso como oficial médico a bordo del navío Cayuga fue extraer un diente al capitán, el comandante James Plomer. Demara, que jamás había realizado una extracción, se pasó toda la noche leyendo un libro de odontología. Por la mañana puso al capitán una inyección de novocaína y le extrajo el diente con notable destreza.
A partir de ese momento demostró un asombroso talento para la medicina y la cirugía. Su primer caso importante se presentó cuando fueron subidos a bordo tres soldados surcoreanos heridos. Uno de ellos tenía una bala alojada cerca del corazón. Observado por gran parte de la tripulación. Demara puso manos a la obra como si fuera un experto cirujano. Doce horas más tarde, el soldado se hallaba en condiciones de abandonar el barco. Una semana después, el Cayuga volvió por aquellas aguas y cuando Demara saltó a tierra comprobó que su paciente mejoraba con rapidez.
Durante su estancia en tierra, Demara se escandalizó de la falta de atenciones médicas y de material, por lo que montó una clínica. El solo efectuó una gran cantidad de operaciones y amputaciones a diario y todas con gran éxito.
Para desgracia suya, uno de los oficiales del Cayuga tenía a su cargo las relaciones públicas de la Armada en el Lejano Oriente. Aquella era una historia que no se podía dejar pasar. El oficial preparó un reportaje para la prensa y la radio en el que se relataban las proezas del joven y heroico doctor. No había transcurrido una semana cuando el relato aparecía publicado en los periódicos norteamericanos y canadienses y Demara era llamado al camarote del capitán. Turbado, el capitán Plomer le anunció que había recibido un mensaje que decía: «Tenemos informes de que Joseph C. Cyr, oficial cirujano 0-17669, es un impostor. Retírele del servicio activo inmediatamente, repito, inmediatamente.
Abra investigación e informe de los hechos al Jefe de Personal de la Marina, Otawa». El relato había sido publicado en New Brunswick, donde lo leyó el auténtico doctor Cyr. Reconoció en el brillante cirujano al hombre que había conocido y admirado bajo el nombre de Cecil B. Hamann. Para empeorar las cosas, el verdadero doctor Hamann, que vivía en Kentucky, denunció a Demara como expulsado de la Universidad de San Luis por falsario. Demara fue devuelto al Canadá para ser juzgado por un tribunal de la Marina. Se le licenció pagándole a todos los haberes devengados y ordenándosele que abandonase el país.
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