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EL SAPO CONTENTO

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  Una tarde un sapo estaba recostado en la yerba con los brazos cruzados bajo la cabeza y contemplaba allá arriba las ramas de un árbol que se confundían con las nubes:
–Esta noche voy a soñar que soy un árbol.

Dijo y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva, muy contento porque esa noche iba a ser árbol, aunque fuera en sus sueños.

  A la mañana siguiente, muy temprano, les contó su sueño a más de cien sapos que se habían levantado temprano.
 –Anoche fui árbol –dijo–, era un roble. Estaba cerca de unos cedros. Tenía muchos nidos, raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar ni caminar. Era un tronco fuerte, pero el viento se llevaba mis hojas. Creí que lloraba, pero era la lluvia que escurría por todo mi cuerpo. Ni siquiera pude acercarme a otros árboles. Realmente no me gustó ser árbol.

   Entonces, se fue echando brincos hasta llegar a la orilla del río. Allí, se quedó descansando. Al escuchar el ruido del agua, dijo:
  –Esta noche voy a soñar que soy río.

  Y así fue. Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos se juntaron a la orilla del charco para oírlo.
  –Fui un río anoche –dijo–. A ambos lados tenía las riberas allá lejos. Llevaba y traía barcos. Siempre había pañuelos despidiendo gente en un puerto y caras alegres dando bienvenidas en otro, pero la gente traía prisa. La misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. No vi sirenas, sólo vi peces, el río es un largo silencio que busca las orillas, su música cabe en la concha de un caracol…. Definitivamente, no me gustó ser río!

  Y el sapo se fue. Esa tarde vio un caballo que galopaba en el campo y dijo:
   –Esta noche voy a soñar que soy caballo.

    Al día siguiente contó su sueño a más de trescientos sapos que hicieron rueda para escucharlo. Algunos vinieron desde muy lejos.
  –Fui caballo anoche –dijo–. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me jineteaba. Bebí en un arroyo. Vi mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste y allí me dejaron por largo rato. Tampoco me gustó ser caballo.

   Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo: –No me gustó ser viento.
  Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente: –No me gustó ser luciérnaga.
Después soñó que era nube, y dijo: –No me gustó ser nube.

Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua.
–¿Por qué estás tan contento? –le preguntaron.

Y el sapo respondió:
–Anoche tuve un sueño maravilloso. Soñé que era sapo. ¡Y eso sí me gusta ser!

Moraleja: Si la felicidad quieres alcanzar, por aceptarte a ti mismo deberás empezar!

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