La contaminación marina, a diferencia de la contaminación del agua en general, se centra en los productos creados por el hombre que entran en el océano. A pesar de que el agua de los océanos cubre más del 70% de la Tierra, sólo en las últimas décadas hemos empezado a comprender de qué manera este hábitat acuático se ve afectado por la actividad del ser humano.
Los estudios llevados a cabo en los últimos años demuestran que la degradación, especialmente en las zonas costeras, se ha acelerado notablemente en los últimos tres siglos, a medida que han aumentado los vertidos industriales y la escorrentía procedente de explotaciones agrarias y ciudades costeras.
Antes de 1972, el océano era un basurero universal gratuito en el que se arrojaba, con total impunidad, todo tipo de basura: desde lodos de depuradora a residuos químicos, industriales y radiactivos. Millones de toneladas de metales pesados y contaminantes químicos, junto con miles de contenedores de residuos radiactivos, han sido arrojados despreocupadamente al océano durante décadas.
El Convenio de Londres de 1972, ratificado en 1975 por España, fue el primer acuerdo internacional puesto en marcha para mejorar la protección del medio marino. El acuerdo impulsó programas reguladores y prohibió el vertido de materiales peligrosos en el mar. En 2006 entró en vigor un acuerdo actualizado, el Protocolo de Londres, que prohíbe más específicamente todos los residuos y materiales, salvo una breve lista de artículos, como los restos de materiales de dragado.
Antes de 1972, el océano era un basurero universal gratuito en el que se arrojaba, con total impunidad, todo tipo de basura
Muchos de estos contaminantes se acumulan en las profundidades del océano, donde son ingeridos por pequeños organismos marinos a través de los cuales se introducen en la cadena alimentaria global. También los grandes habitantes del océano sufren las consecuencias. Los científicos incluso han descubierto que los medicamentos que ingiere el hombre y que no llegan a ser procesados completamente por su organismo acaban en el pescado, la sal o el marisco que comemos.
Por: https://www.nationalgeographic.es
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