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La Pareja Orgullosa

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Erase una vez un joven que tenía fama de ser el individuo más terco de la ciudad, y una mujer que tenía fama de ser la doncella más tozuda, y como en esos casos suele suceder, inevitablemente terminar

Erase una vez un joven que tenía fama de ser el individuo más terco de la ciudad, y una mujer que tenía fama de ser la doncella más tozuda, y como en esos casos suele suceder, inevitablemente terminaron por
enamorarse y casarse.

Después de la boda, celebraron en su nuevo hogar un gran festín que duró todo el día. Al fin, cuando los amigos y parientes uno por uno se marcharon, los novios cayeron agotados. Estaban preparándose para quitarse los zapatos y descansar cuando el marido notó que el último invitado se había olvidado de cerrar la puerta al marcharse.

– Querida -dijo-, ¿te molestaría levantarte para cerrar la puerta? Entra una corriente de aire.
– ¿Por qué debo cerrarla yo? -bostezó la esposa. Estoy cansadísima y acabo de sentarme. Ciérrala tú.
– ¡Conque sí! -regonzó el esposo-. En cuanto tienes la sortija en el dedo, te vuelves una holgazana.
– ¿Cómo te atreves? -gritó la novia-. No hace un día que estamos casados y ya me insultas y me tratas con prepotencia. ¡Debí saber que serías uno de esos estúpidos maridos machistas!
– Vaya -gruñó el esposo-. ¿Debo escuchar tus quejas eternamente?
– ¿Y yo debo escuchar eternamente tus protestas y reproches? Se miraron con mal ceño durante unos minutos. Luego la novia tuvo una idea.
– Querido -dijo-, ninguno quiere cerrar la puerta, y ambos estamos cansados de oír la voz del otro. Así que propongo una competencia. El que hable primero debe levantarse y va a cerrar la puerta.
– Es la mejor idea que he oído en todo el día -respondió el esposo-. Comencemos ahora.

Se pusieron cómodos, cada cual en una silla, y se sentaron frente a frente sin decir una palabra. Así habían pasado dos horas cuando un par de ladrones pasó por la calle con un carro. Vieron la puerta abierta y entraron en la casa, donde no parecía haber nadie, y empezaron a cargar todo aquello de lo que podían echar mano.

Tomaron plateria, mesas y sillas, descolgaron cuadros de las paredes, incluso enrollaron alfombras. Pero los recién casados no hablaban ni se movían. No puedo creerlo -pensó el esposo-. Se llevarán todo lo que poseemos, y ella no dice una palabra.

¿Por qué no pide ayuda? -se preguntó la esposa-. ¿Piensa quedarse sentado mientras nos roban a su antojo? Cuando al fin terminaron, los ladrones se fueron con el botín. Pero ninguno de los recién casados dijo una palabra…. permaneciendo sentados y mudos toda la noche. Al amanecer un policía pasó por la calle y, viendo la puerta abierta, se asomó para ver si todo estaba bien. Pero no pudo obtener una respuesta de la pareja silenciosa.

– ¡A ver! -rugió-. ¡Soy el agente de la ley! ¿Quiénes son ustedes? ¿Esta casa les pertenece? ¿Qué sucedió con todos los muebles? Y al no obtener respuesta, se dispuso a arrestar al hombre en la oreja.
– ¡No se atreva! -gritó la esposa, poniéndose en pie. Es mi marido, y si usted le pone un dedo encima, tendrá que responder ante mí.
– ¡Ganeeé! -gritó el esposo, batiendo las palmas-. ¡Ahora ve a cerrar la puerta!!! -•- Esta anécdota puede parecer tonta, sin embargo nos enseña como a veces por un tonto orgullo podemos cometer grandes errores y perder lo que poseemos, sean familiares, amistades, cariño, cosas materiales, etc… ¡Cuidado!

De: El libro de las virtudes, por William J. Bennett.

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