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LA SONRISA DE UNA MIRADA

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La historia de dos jóvenes nativos digitales que se encuentran y enamora en una época difícil e inestable

Cuando Alejandro conoció a Adriana, no pudo hacerse una idea completa de su rostro debido a la mascarilla que llevaba… Sin embargo, esos ojos que reflejaban la pantalla del teléfono en las pupilas, parecían sonreír.

En tiempos de pandemia, ¿cómo saber si alguien nos sonríe tras la mascarilla? Pues, teniendo en cuenta que hay quien dice que los ojos son el espejo del alma, tal vez ahí resida la clave.

Alejandro, el protagonista lo tuvo claro: Adriana sonreía con los ojos. Es éste un relato sobre el amor y distanciamiento en plena era Covid con un acontecimiento como la Navidad que a todos embarga pero que, este año, seguro que será diferente.

LOS ANTECEDENTES.

Como cada mañana desde que acabó el verano, Alejandro tomó el autobús para ir a la universidad. De repente, vio a una chica, que por su vestimenta y las pocas facciones visibles tras la mascarilla parecía ser de su edad, se había sentado justo en el sitio que había frente al suyo. Alejandro sonrió como saludo, pero enseguida se dio cuenta de que ella no podía percibirlo, ya que esa parte de su rostro estaba cubierta. Se quedó observándola unos instantes, viendo como ella parecía abstraída ante la pantalla de su celular. Pero, en eso ella alzó sus inmensos ojos y sus miradas se encontraron.

Y fue entonces cuando Alejandro pudo jurar que ella le había sonreído. Porque, aunque no pudiera ver el gesto a través del tapabocas, se dio cuenta de que en aquel parpadeo los ojos de la joven se habían arrugado con un brillo alegre. Sí, sin duda le había sonreído con la mirada.

REDES ENTRETEJIDAS.

“Hoy pareces cansada”. Alejandro saludó a Adriana quien, una vez más, coincidía con él en el mismo asiento del autobús. Nunca había visto su rostro completo. Ni siquiera habían intercambiado sus perfiles en redes sociales o números de teléfono. “Se me hacen muy difíciles las jornadas en el hospital”, respondió ella. Sanitaria de vocación, era auxiliar de enfermería y compaginaba su trabajo con prepararse para estudiar enfermería el año próximo.

Pero la situación que vivían en aquellos momentos, con el nuevo coronavirus habiendo paralizado el mundo entero y saturado los hospitales, le había puesto las cosas difíciles. Y Alejandro lo sabía: “¿Te sigue tocando doblar turno?” preguntó, sin saber bien qué decirle para intentar animarla. Ella asintió en silencio.

“Pues… Si tienes algún momento de descanso entre medias y quieres… Puedo distraerte… Soy @Alex_Inkerbell en Instagram”, “¿Inkerbell… Es por Tinkerbell, Campanilla?” Quiso saber Adriana, que volvió a sonreírle con los ojos. Él asintió, aliviado al ver que ella no parecía molesta: “comencé en esto de las artes porque me gustaba dibujar hadas para mi hermana”, confesó Alejandro, quien estudiaba Bellas Artes.

ROSTRO DE LA PERSONALIDAD.

Adriana abrió su Instagram por primera vez en la jornada y se dispuso a añadir a Alejandro. Y, entonces, no pudo evitar sorprenderse al ver que, entre todas las hadas que el chico dibujaba, había una imagen muy reciente de una ninfa que se parecía sorprendentemente a ella.

A los pocos minutos de dejarle un “like” en la imagen, Alex le envió un mensaje privado: “espero que no te haya molestado”. Ella, sentada en aquella camilla vacía, sonrió: “No, pero… ¿Cómo sabías cómo era mi cara, si nunca nos habíamos visto sin mascarilla?”, le preguntó.

Ante esa pregunta, él tardó un par de minutos en responder. Y, cuando Adriana ya pensaba que no recibiría respuesta, llegó el mensaje: “bueno… la primera vez que nos vimos, me di cuenta de que era capaz de adivinar que sonreías gracias a tus ojos… Así que conforme te fui conociendo, terminé por imaginarme el resto”.

DETALLES QUE IMPORTAN

Una noche, Adriana terminó el doble turno totalmente agotada. Cuando al salir del hospital se encontró con que el chico estaba esperándola en la puerta. Había ido a buscarla al trabajo y sostenía entre sus manos un vaso de su chocolate caliente favorito, el que compartía en sus “stories” algunas mañanas antes de ir a trabajar.

Se quedaron unos minutos mirándose, en silencio, sonriéndose mutuamente tras la mascarilla, ya de una manera perceptible. Hasta que, por fin, Alejandro comentó: “No encontré otra manera de decírtelo que no fuera un dibujo… Pero he querido hacerlo desde la primera vez que tus ojos me sonrieron”.

Desde aquel día, la vida para ambos cambió. No les había tocado la lotería, ni se habían solucionado sus problemas. Ambos seguían siendo dos jóvenes que, como tantos otros de estas nuevas generaciones, habían vivido varias crisis a su alrededor y protagonizaba una más. Pero, pese a todo, algo había cambiado: se habían encontrado y ya no tendrían que recorrer esa carrera de obstáculos solos.

Y así fue como, entre lo digital y lo cotidiano, el amor volvió a demostrar que, a veces, lo que verdaderamente importa está en los detalles… Como, por ejemplo, ser capaz de apreciar la sonrisa de una mirada.

Por Nora Cifuentes // EFE/REPORTAJES

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