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Las bibliotecas públicas, santuarios para los indigentes

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EFE

Además de fomentar la lectura, la cultura y de facilitar el acceso a internet, las bibliotecas públicas se consolidan como “santuarios” que brindan servicios y asistencia a decenas de miles de indigentes…

“Las bibliotecas son muy conscientes de sus responsabilidades hacia toda la comunidad y deben ir más allá del simple hecho de permitir al indigente entrar en ellas y leer”, aseguró a Efe Julie Todaro, presidenta de la Asociación Americana de Bibliotecas (ALA).
La ejecutiva explicó que la función de las bibliotecas se ha ido expandiendo en los últimos años para aliviar las necesidades de los más de 574.000 desamparados que pasan la noche a la intemperie en las calles del país.
Y es que, al llegar el día, además de un lugar donde escapar de las inclemencias del tiempo, los indigentes requieren un lugar donde cargar el teléfono móvil, beber agua, recibir asistencia para buscar un empleo, aprender a hacer un currículum u orientación sobre dónde conseguir cupones gratuitos de comida.
“Hay programas con características distintas en todo el país. Mientras que unas bibliotecas crean sus propios programas de forma individual, otras se asocian con agencias especializadas en salud mental, en servicios sociales o con organizaciones religiosas locales”, aseveró Todaro.
Este último es el caso de la Biblioteca Pública de San Francisco, que en 2009 se alió con el Departamento de Salud Pública y echó a andar un programa pionero de asistencia a indigentes que ha servido como “inspiración” para otras bibliotecas de Estados Unidos y Canadá.
“La biblioteca quería ampliar los servicios que ofrece a los indigentes y tener expertos en el área de servicios sociales que entiendan las necesidades que esta población tiene”, aseguró a Efe Leah Esguerra, la primera trabajadora social del país contratada por una biblioteca para brindar ayuda a los más necesitados.
A través de la iniciativa, los desamparados reciben información personalizada sobre dónde encontrar viviendas permanente, solicitar una plaza de albergue, a dónde acudir para recibir cupones alimenticios y ducharse o cómo solicitar otras prestaciones sociales.
Algunos incluso comparten sus problemas médicos con los trabajadores sociales y piden ayuda para superar una adicción a las drogas o el alcohol.
“Nos sentamos con ellos, evaluamos sus necesidades y nos aseguramos de que acceden a los servicios que requieren”, dijo la psicóloga.
Con el fin de establecer una mayor cercanía con la comunidad de indigentes, la biblioteca cuenta con seis trabajadores que en el pasado también fueron sin techo. Los empleados comparten sus historias con los desamparados para mostrarles que es posible recuperarse de los momentos más difíciles.
Para Esguerra, el éxito del programa radica principalmente en saber cómo acercarse a los indigentes que llegan al centro en busca de ayuda pero rechazan pedirla.
“Nos acercamos a ellos, pero nunca les preguntamos si son indigentes, solo les informamos de los servicios sociales que hay a su disposición en la biblioteca”, explicó.
“Queremos que reciban ayuda pero no exhibirles, así que respetamos su derecho a la privacidad. Les dejamos que encuentren un rincón tranquilo en la biblioteca y que lean o se entretengan”, agregó.
A raíz del nacimiento de este programa, han florecido iniciativas similares de costa a costa. Hoy en día los indigentes reciben ayuda no solo en ciudades con temperaturas gélidas como Denver, Baltimore o Nueva York, sino también en ciudades con climas más suaves, como Fresno y San Diego, en California, o Pima, en Arizona.
La Biblioteca Pública de Santa Ana (California) cerró recientemente sus puertas para instalar suelos nuevos, actualizar el sistema eléctrico e instalar más mesas y sillas. Todo con el fin de facilitar el acceso a los más de 500 desamparados que viven frente al Ayuntamiento y del centro cívico de la ciudad.
“Las bibliotecas están llenas de gente creativa y hay una variedad increíble de servicios que están surgiendo para dar apoyo a esta comunidad (de desamparados)”, indicó Todaro.

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