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Las Hadas

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 Hola amiguitos. Es hora de ponerse cómodos y escuchar con atención el cuento de esta semana. ¿Listos?… ¡A leer se ha dicho!

 Érase una vez… una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía mucho a ella, tanto en el carácter como en lo físico. Ambas, madre e hija eran desagradables y orgullosas, tanto que sus vecinos trataban de evitarlas siempre.

 En cuanto a la hija menor, era todo lo contrario: toda una dulzura de mujer, verdadero retrato de su fallecido padre y era, además, extremadamente bella. No obstante, la madre tenía preferencia por la mayor, y por la menor sólo sentía una gran aversión y poco o nada de afecto.  

 La cruel mujer obligaba a ésta a comer sola en la cocina, a limpiar la casa y a cocinar. Entre otras cosas, también tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una fuente localizada a gran distancia de la casa.
 Cierto día que la bella joven estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese agua para beber.

—¡Claro que sí, buena mujer! Dijo con dulce voz la muchacha… Y enjuagando su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre la jarra para que bebiera más cómodamente. La mujer, después de beber, le dijo:

—Eres tan bella, tan buena y tan amable, que no puedo dejar de otorgarte un don (pues era un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para poner a prueba la gentileza de la joven). Te concedo el don, prosiguió el hada, de que por cada palabra que digas saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.

 Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por haberse demorado tanto.
—Perdón, madre mía -dijo la muchacha-, por haberme demorado; y al decir estas palabras, salieron de su boca dos rosas y dos perlas.
—¡Qué estoy viendo!, dijo su madre, llena de asombro; ¡De tu boca te salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía?, -cosa curiosa, era la primera vez que le llamaba hija-.

La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes, perlas y hermosas flores mientras hablaba.
—Verdaderamente, dijo la madre, tengo que mandar a mi hija mayor. Entonces la llamó y le dijo:  Mira lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla; ¿no te gustaría tener un don semejante? Anda, ve a la fuente, y cuando una pobre mujer te pida de beber, ofrécele agua muy gentilmente.

—¡No iré a ningún lado! Respondió groseramente la joven,
—Pues te ordeno que vayas, repuso la madre, ¡y de inmediato!
Ella fue, pero siempre refunfuñando. No hizo más que llegar a la fuente y vio salir del bosque a una dama magníficamente ataviada que vino a pedirle de beber: era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero que se presentaba bajo el aspecto y las vestiduras de una princesa, para ver hasta dónde llegaba la mala educación de esta niña.
—¡No vine hasta aquí para darle agua a alguien que seguramente tiene quien se la sirva. Así que si quiere algo de beber, sírvase usted sola!- dijo con voz altanera la joven.
—Eres una mal educada, repuso el hada, sin irritarse; ¡Pero está bien! ya que eres tan poco atenta, te otorgo el don de que a cada palabra que pronuncies,  saldrá de tu boca una serpiente o un sapo.

Cuando ésta llego a su casa, la madre le preguntó:
—¡Y bien, hija mía! ¿Qué ha sucedido?
—¡No sucedió nada, nada! Exclamó la joven, al mismo tiempo que echaba  dos víboras y dos sapos por la boca.
—¡Cielo Santo!, exclamó la madre, ¿qué estoy viendo? ¡Y toda la culpa es de tu hermana. ¡Me las pagará! Entonces fue a su cuarto, la tomó de su pelo y la corrió a puntapiés de su casa.

 La pobre niña, asustada, fue a refugiarse en el bosque cercano. El hijo del rey, que regresaba de la caza, la encontró y viéndola tan hermosa le preguntó qué hacía allí sola y por qué lloraba.
—¡Ay!, señor, es mi madre que me ha echado de la casa.
El príncipe, que vio salir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le dijera de dónde le venía aquello. Ella le contó toda su aventura.
El joven se enamoró de ella, y considerando que tal don bien valía el hacerla su esposa, porque era la mejor de las dotes, la llevó al palacio del su padre. Todos quedaron maravillados con la hermosa joven, además de su distinguido don.
 

El príncipe contrajo matrimonio con la bella muchacha y vivieron por siempre felices.  
 En cuanto a la hermana, se fue haciendo tan odiable, que su propia madre terminó por echarla de la casa; y la infeliz, después de haber ido de una parte a otra sin que nadie quisiera recibirla, se fue a morir sola, triste y abandonada a lo más profundo del bosque.
 Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

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