Hubo una vez un hombre adinerado que adoraba a su hija como a nada en el mundo. Todo su afán era hacerla feliz. Pero a pesar de toda su riqueza, él no veía en los ojos de su niña ese brillo de alegría
Hubo una vez un hombre adinerado que adoraba a su hija como a nada en el mundo. Todo su afán era hacerla feliz. Pero a pesar de toda su riqueza, él no veía en los ojos de su niña ese brillo de alegría que debiera tener.
Sí, poseía todo el dinero imaginable, una familia excelente e incluso un novio inteligente y bueno con el que planeaba casarse, pero aún así, su padre, sentía un “no se qué” en su interior que le hacía ver más allá de su mirada. Pensando en ella un día, como tantos otros, se preguntó qué podía faltarle a su niña. El cariño de su familia y de sus amigos lo tenía, todo le sonreía, sin embargo… Al instante pensó que si hay algo que puede hacer que una persona toque el cielo con sus manos es el AMOR. Sin dudarlo un instante, decidió iniciar una conversación con su hija para hacerle ver que no hay que conformarse, que hay que luchar por uno mismo. Iban en el coche, uno al lado del otro. El padre, tiernamente la miró y le preguntó: – ¿Lo quieres? (se refería a su futuro yerno y que también era su mano derecha en la empresa).– ¿Cómo querías a Mamá?, contestó la hija.
– Olvídate de mí y de mamá. ¿te vas a casar?
— Es probable (apartando la atención de su padre).
– Escucha, es un tipo estupendo, despierto, abierto, agresivo, capaz de colocar a mi empresa en el más alto standing.
— Y… ¿qué hay de malo en eso? – Hija, eso puede valer para mí, pero yo me refiero a ti. Porque lo malo no es lo que tú dices de él, es lo que NO dices. Mi niña
-siguio diciendo el hombre- No hay ni un atisbo de entusiasmo, ni un ápice de emoción, veo en esta pareja la pasión de un par de pingüinos. ¡¿Dónde está ese arrebato?!… Quiero que flotes, quiero verte cantar con furia y bailar como posesa.
— ¡Oh! ¿Eso es todo?, lo desafió la joven.
– Verte feliz hasta el delirio o dispuesta a serlo, replicó el padre.
— Feliz hasta el delirio!?… El padre, con voz serena siguió hablando: Ya sé que suena cursi, pero el AMOR es pasión, obsesión, no poder vivir sin alguien. Mira, pierde la cabeza, encuentra a alguien a quien amar como loca y que te ame de igual manera.
— ¡Sí!, pero ¿Cómo encontrarlo…? – Pues olvida el intelecto y escucha al corazón. ¡NO OIGO ESE CORAZÓN!… Porque lo cierto “mi cielo” es que vivir sin eso no tiene sentido alguno. Llegar a viejo sin haberse enamorado de verdad, en fin…. es como no haber vivido. ¡Tienes que intentarlo! porque si no lo intentas no habrás vivido.
–¡BRAVO!, gritó ella con tono irónico a la vez que aplaudía. – ¡Qué dura eres!, susurró cabizbajo. Y ella, arrepentida, lo cogió de la mano calurosamente y disculpándose dijo:
— Papá, lo siento, de acuerdo, vuelve a decírmelo pero en versión abreviada. – Está bien: No te cierres, nunca se sabe, quizás algún día caiga una estrella que te ilumine como me iluminó a mi cuando conocí a tu madre.
— Si!, respondió. Un intercambio de conmovedoras miradas se fusionaron en un abrazo. El padre presentía que no le quedaba mucha vida por delante y por ello quiso solucionar el único problema que le atormentaba. Ahora sí estaba listo para emprender ese viaje que le distanciaría de su niña, con la tranquilidad y la confianza de que, allá donde estuviera, su alma siempre permanecería junto a la de su hija, y no la defraudaría jamás…!
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