LOADING

Type to search

Tenía el cerebro del tamaño de una nuez… Y así vivió feliz y sin complicaciones durante 42 años.

Share
Comparte

Esta historia comienza en 1963 cuando la pareja formada por Joe y Rachel Heltrich trajeron al mundo a su primogénita, a la que llamaron Bárbara. Nació completamente sana, al grado que a los dos días

Esta historia comienza en 1963 cuando la pareja formada por Joe y Rachel Heltrich trajeron al mundo a su primogénita, a la que llamaron Bárbara. Nació completamente sana, al grado que a los dos días del alumbramiento, la señora volvió a casa con su bebita. Rachel estaba orgullosa de su hija; le cantaba, la bañaba y pasaba mucho tiempo a su lado. Ella y su marido estaban satisfechos al ver que la pequeña Bárbara se desarrollaba rápidamente.

Al año de nacida, Bárbara ya sabía decir un buen número de palabras cortas y sencillas, además de que identificaba perfectamentelas cosas. En el kinder garden fue la primera en su clase y en la primaria sacó menciones honoríficas. Cuando la chiquilla estaba en la secundaria concursó en oratoria junto con muchas niñas y niños seleccionados en toda la Unión Americana y ganó. Recibió un diploma de manos del entonces flamante presidente John F. Kennedy.

UNA SEÑORITA INTELIGENTE

Pasaron los años y Bárbara llegó a la Universidad de Yale. Ahí comenzó su carrera de Química y era el primer lugar de su clase. Un profesor de laboratorio llamado William Marcuse le pidió que le ayudara a calificar los exámenes de todos los alumnos a los que impartía su materia, lo que la chica aceptó. Pronto se convirtió en alumna y ayudante de laboratorio. Ella enseñaba cuando el profesor no podía asistir a clase. Un día, el profesor Marcuse la invitó a comer a su casa. Quería presentarle a su esposa e hijo. Bárbara asistió y convivió con esa familia. Ella quedó impactada con el hijo de su profesor, quien se llamaba Elmer dos años más grande que ella. El sentimiento fue recíproco e hicieron una amistad muy férrea, que al poco tiempo dio paso al amor. Bárbara no era una belleza, pero su inteligencia había impactado al joven médico cirujano.

EL AMOR FRUCTIFICO

El amor le pegó con tubo, al grado que a los seis meses de noviazgo, dejó temporalmente la escuela y se casó con Elmer. Bárbara se convirtió en ama de casa y pronto trajo al mundo a dos hijas: Rachel y Roxana. Cuando las niñas estuvieron en edad de poder ser inscritas en una guardería y kinder, Bárbara siguió trabajando con su marido en un consultorio particular realizando análisis químicos. Sus hijas eran completamente sanas, en tanto que su marido se mostraba muy cariñoso con ella y todo fue felicidad durante mucho tiempo. Cuando Bárbara cumplió 41 años, cayó en cama por una grave amigdalitis, que obligó a su esposo a extirparle quirúrgicamente las anginas. Elmer las colocó en un frasco de comida para bebés con formol destinado a conservarlas.

EL ACCIDENTE AUTOMOVILISTICO

A los pocos días, Bárbara se recuperó satisfactoriamente y volvió a su vida normal. Al año de la operación de amígdalas, Bárbara manejaba sola su automóvil en un carril de alta velocidad e iba a encontrarse con su marido en un hospital estatal donde él fue requerido de urgencia para realizar una cirugía especializada. No se sabe a ciencia cierta cómo es que se produjo la carambola, ya que se impactaron cuatro carros: una camioneta, un Volkswagen, un camión de redilas y el Caravelle que ella manejaba. El resultado fue de tres muertos. Bárbara llegó todavía agonizante al hospital, pero minutos después falleció. Cuando los doctores se dispusieron a practicar la autopsia del cadáver, grande fue su sorpresa al abrirle la cabeza a Bárbara y descubrir que carecía de cerebro, al menos como el de cualquier ser humano. Uno de los galenos se percató de que, casi pegado a la región frontal, había un absceso en forma de nuez, así que cayeron en la cuenta de que era el cerebro de la mujer. Alguien le avisó a Elmer que en ese momento estaban haciendo la autopsia a su esposa. Muy molesto, se dirigió al quirófano para impedir que mutilaran a su mujer, mas quedó petrificado al ver que la cabeza de su difunta estaba abierta y que su cerebro era muy pequeño. El comparó el cerebro al lado del par de amígdalas que le había extirpado a Bárbara un año antes y, asombradísimo, vio que la masa encefálica era sólo un poco más grande que las anginas. Este es un caso muy raro de la ciencia médica. Los médicos calculan que la probabilidad de que nazca un persona con un cerebro de las dimensiones del de Bárbara es de una entre un billón…. pero de que sobreviva, es una en un billón de billones. Y Créalo o No… Así Fue!!!

Comparte
Previous Article
Next Article

Next Up

WordPress Appliance - Powered by TurnKey Linux