Las circunstancias de la muerte de la niña Jakelín Amei Rosmery Caal Maqui, de apenas 7 años, son hasta el momento poco claras. Pero lo que debería ser evidente es que el deceso de una pequeña inmigrante indocumentada fue, en gran medida, absolutamente prevenible.
Que cientos de inmigrantes indocumentados mueran cada año por tratar de buscar una vida mejor, es una tragedia no solo humanitaria sino moral, que debe ocuparnos a todos. El dolor de sus padres, Nery Gilberto Caal Cuz, de 29 años y Claudia Marroquín, de 27, es inimaginable. Basta observar la mirada afligida e inconsolable de su madre, fuera de su humilde vivienda en Raxruhá, Guatemala, para empezar a entender el vacío y el profundo pesar de perder a una hija, durante lo que seguramente esperaban fuera el viaje a un futuro mejor. Jakelin y su padre Nery fueron encontrados en la oscuridad de la noche como parte de un grupo de 163 inmigrantes indocumentados en el remoto punto de cruce en Antelope Wells, en Nuevo México. Unos días antes Jakelín había celebrado su cumpleaños en plena travesía. Lo que ocurrió después de ser detenidos a las 21:15 locales del 5 de diciembre por tres agentes de la Patrulla Fronteriza es objeto de versiones contradictorias o difusas. Aunque Nery no habla inglés, llenó una forma donde aceptó que su hija estaba bien de salud. Pero las autoridades aseguraron inicialmente que Jakelín no había consumido agua o comida durante varios días, lo cual es negado por su padre.
Un primer grupo, que no incluyó a Jakelin o a su padre, fue trasladado a Lordsburg, la estación más cercana de la Patrulla Fronteriza, a una hora y media de viaje por autobús. A las 5 de la mañana, cuando Jakelin y su padre iban a empezar su traslado a Lordsburge en el segundo grupo, éste notificó a los agentes que su hija estaba enferma y había dejado de respirar. Su temperatura rebasaba los 105 grados. Fue evacuada en helicóptero a un hospital de El Paso. A pesar de todos los esfuerzos, fue declarada muerta en la madrugada del 8 de diciembre. Su padre, que estaba a su lado, está agradecido por las acciones para salvar a su hija. Su tragedia sólo fue conocida gracias a The Washington Post. El Inspector General del Departamento de Seguridad Interna (DHS) puso en marcha una investigación oficial sobre la muerte de Jakelín, una decisión prudente para clarificar las versiones discrepantes. Funcionarios de la administración Trump han sugerido que la responsabilidad de la muerte recae en el padre, por arriesgar a su hija en un trayecto peligroso. Legisladores culpan al gobierno federal por su política de hostilidad a los inmigrantes indocumentados, que los lleva a sitios remotos para evitar las esperas interminables en los puntos de cruce más transitados.
Sin demérito de la investigación, lo que se requieren son soluciones urgentes para tener una migración legal y ordenada. El nuevo plan mexicano para crear un ambicioso proyecto de desarrollo e inversión que ataque las causas de raíces del éxodo de centroamericanos tiene mucho sentido y la administración Trump haría bien en endosarlo.
Más que culpables se requieren respuestas inmediatas para evitar la próxima muerte innecesaria.
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