Una historia donde el ser es aroma, donde el corazón marca destinos. La leyenda de dos mujeres con destinos semejantes y nunca iguales. Una antigua leyenda maya que ha sobrevivido en Yucatán hasta nuestros días.
Había en la aldea dos mujeres cuya belleza era noticia a los cuatro vientos. Incluso en el cielo los dioses tenían noticia de su hermosura de embrujo. Pero las mujeres no eran iguales.
A una de ellas en la aldea la llamaban Xkeban, que significa pecadora. Tenía un corazón inmenso que prodigaba ayuda a los pobres. Curaba con hierbas a los enfermos, daba de comer a los ancianos, ofrecía refugio a los caminantes. Le llamaban pecadora porque gustaba de besar sin tener dueño.
La otra mujer hermosa era apodada Utz-colel, que significa mujer buena. Su mirada era tan limpia que reflejaba la claridad del firmamento. En su casa sólo había mujeres hacendosas que la atendían a ella. No hacía favores de ningún tipo a nadie. Guardaba la virginidad con celo de soldado.
Si se les veía caminar por el mercado, Xkeban iba sonriendo y haciendo bromas, repartía la comida entre los mendigos, hacía chistes con sus amigas. Utz-colel, en cambio, detenía el tiempo con su comitiva de ayudantes, pasaba dejándose ver, pero no veía a nadie, mucho menos a los mendigos.
Cuando Xkeban murió se reunieron en torno suyo los pájaros de la selva y espantaron a los moscos. De su cuerpo se desprendió un aroma irresistible, dulce como el centro de los árboles, fresco como el arroyo en la montaña, peculiar como el aroma de las flores.
La gente en el pueblo comentó mucho el olor que se desprendió de Xkeban. La única que no quiso celebrarlo fue Utz-colel, quien juró que era un truco del diablo, bastante afecto a hacer bromas pesadas como hacer oler bien a una mujer cualquiera.
Unos meses más tarde murió Utz-colel y sus ayudantes se reunieron para evitar que se le acercara cualquier mosco. De su cuerpo se desprendió un aroma fétido, putrefacto, como las tripas cuando se quedan descompuestas al sol, como una montaña de mierda y desperdicios.
La gente tuvo que abandonar el pueblo para escapar del aire maligno que enfermaba. Y fueron las personas que más amaban a Utz-colel quienes propagaron el rumor de que se trataba de una mala broma del diablo, quien no podía soportar no haber corroído su alma, y quería al final corroer su olor.
Pero todavía faltaba que opinaran los dioses. Al poco tiempo, en la tumba de Xkeban surgieron unas florecillas dulces, sencillas y olorosas que se llaman Xtabentun, cuyo jugo embriaga y cura.
En cambio, en la tumba de Utz-colel nacieron las flores del Tzacam, una florecilla hermosa que huele un poco feo. Ya hecha flor, Utz-colel sintió envidia y reflexionó que si los dioses querían más a Xkeban era porque ella entregaba su amor.
Y quiso Utz-colel imitar el ejemplo sin reflexionar que la otra lo hacía de modo natural, sin esperar nada a cambio. Lo hacía no por ser querida, sino por amar. Y por eso los dioses le pusieron espinas a la flor de Tzacam, porque el amor de Utz-colel no es cálido, sino frío como la hiel, puede atrapar a cualquiera, pero no cobija.
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