Algunas de las preguntas más frecuentes, respecto a los alimentos que estimulan el placer, es acerca de los manjares afrodisíacos: “¿existen?” “¿cuáles son?” … El vino, ¿es un afrodisíaco?, ¿y qué tal combinados con el encanto de las fresas? ¿y qué me dicen de los ostiones y mariscos…? O tal vez un chocolatito.
Indudablemente que el mejor afrodisíaco es el cerebro, la mente, la imaginación, y el saber elegir la pareja adecuada y el momento oportuno; sin embargo, las preguntas iniciales se pueden contestar de dos maneras: ateniéndose a lo científico, en cuyo caso la respuesta es, simplemente, “no”, no existen; o combinando lo físico con lo psicológico, da lugar a un “depende”.
Es obvio que el hombre lleva muchos siglos buscando incesante e infructuosamente tres cosas: la piedra filosofal, para conseguir oro, la fuente de la eterna juventud y el mágico elixir o filtro amoroso, bien para recuperar fuerzas perdidas, bien para conseguir los favores de la persona deseada.
Que todavía haya quien sigue con lo mismo debería ser la prueba más clara de que todas esas búsquedas han sido inútiles. Por ello no deja de sorprender que, de vez en cuando, aparezca algún ‘investigador’ en los medios afirmando que ha hallado un tónico amoroso, un elixir de amor.
¿Qué producto o alimento tiene propiedades afrodisíacas?
Se ha atribuido propiedades afrodisíacas a montones de cosas; algunas, por su forma, como el espárrago; otras, porque recuerdan la forma humana, como la raíz de mandrágora, o por razones obvias, como los testículos de toro o el pene del tigre; las de más allá, por la actividad amorosa del animal del que proceden, como los ‘riñones’ de gallo… y las de acullá, por exóticas, como la mosca africana machacada.
Más frecuente es que se atribuya esas propiedades a productos exóticos y caros. En el siglo XVI, cuando acababan de llegar de propiedades amatorias a cosas como el caviar, las trufas o las ostras, a poder ser regadas con un gran champaña.
En Europa el inocente tomate -se le llamó ‘pomme d’amour’- y la no menos inocua patata.
¿Qué tiene de cierto?
Es una pena, pero… nada hay de cierto. Por muchas ostras que engullan usted y su acompañante ocasional, si el clima no es el adecuado, si no hay una predisposición, si no funciona el encanto… las ostras, lo más que pueden causarle es una intoxicación.
No me resisto a copiar una lista de productos presuntamente afrodisíacos, de un librito delicioso de Dianne Warburton: nada menos que éstos: abrótano, absenta, ajenjo, ajo, albahaca, alcaravea, alcohol, almendras, almizcle, ámbar gris, anís, apio, azafrán, cacao, cantárida, cardamomo, cebolla, cilantro, ciruelas pasas, clavo, coco, cuerno de rinoceronte, endibias, espárragos, flor de cactus, flor de castaño, fresas, ginseng, higos, hinojo, huevos, jengibre, mandrágora, manzanas, melocotón, miel, nuez moscada, nuez vómica, ortiga, ostras, pimienta, piñones, plátanos, polen de abeja, regaliz, sésamo, setas, tomate, trufas, vainilla, verbena…
Todo mundo, sobre todo los hombres quisieran tener recetas casi mágicas para una cocina afrodisíaca, pero eso no deja de ser un deseo, una ilusión, pero tristemente no una realidad… aunque haya muchos caraduras que viven de ella, cuando no de la pura pornografía culinaria, como esos restaurantes que dan a sus platos nombres eróticos -más bien, la verdad, guarros- y los presentan en construcciones pretendidamente sugerentes y casi siempre asquerosas.
Mire usted: el mejor afrodisíaco es elegir la pareja adecuada y el momento oportuno. Sí, además, se homenajean ustedes con un buen champaña -(pero con cuidado, que el alcohol, para estas cosas, es un arma de doble filo, porque cierto es que excita el deseo, pero también es verdad que si no se sabe medir, ese mismo alcohol impide su ejecución) y una razonable dosis de caviar, mejor… pero, si no le sale bien, no culpe a la cena, porque finalmente fue usted quien no supo cómo o no pudo encontrar su propio afrodisíaco.
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