Después de 10 años de luchas y muchos muertos y sufrimientos, por fin llegaba a su fin la guerra insurgente en México. Hechos todos los acuerdos y selladas las alianzas, el 27 de septiembre de 1821, (hace 194 años) el Ejército Trigarante hizo su entrada triunfal en la ciudad de México.
En todas las crónicas de la época se nota la euforia, el gusto, la esperanza desmedida, el soñar… “…época venturosa, que ansiarían ver con asombro los hijos de la más remota antigüedad, y no podrán recordar sin envidia y admiración nuestros futuros y lejanos descendientes….Edad feliz y mucho más felices nosotros que merecimos nacer en ella”. De allí para arriba eran las crónicas….
El desfile fue espectacular. Iturbide, que ese día cumplía 38 años, marchó al frente, ya no con el elegante y soberbio uniforme realista, sino con un sobrio uniforme de campaña, apenas engalanado con un sombrero alargado, de los llamados de campana, coronado con un penacho de plumas verdes, blancas y rojas. Los decires corrieron que ese sombrero se lo regaló La Güera Rodríguez y que Iturbide, que se sentía dueño y amo de la situación, cambió la ruta establecida para el desfile, porque quiso pasar frente a la casa de la señora. El Libertador mandó una pluma de su sombrero a la dama que lo veía desde el balcón de su casa, y que le correspondió sonriente rozándose la mejilla con la pluma. El desfile continuó su camino. 7416 infantes estrenando uniformes, seguidos por mil artilleros con 70 variadas piezas de artillería y 8,000 jinetes todos debidamente uniformados, todos menos los pobres y desgarrados soldados “pintos” de Vicente Guerrero que marchaban al último y que fueron rechazados cuando se acercaron a pedir uniformes, pero así marcharon. Hacía cuatro horas que había empezado el desfile cuando pasaron los últimos hombres frente al balcón donde, después de haber recibido las llaves de la ciudad de manos del nuevo Alcalde y el cabildo, se había colocado Iturbide junto al ex Virrey Juan de O’Donojú. Siguieron las ceremonias en la Catedral. En los templos hubo repiques de campanas, y verbenas, fiestas, alegría desmedida por todas partes… La dominación española terminaba, nada impedía para que México se convirtiera en “la admiración del universo, en nación rica, opulenta, señora de las riquezas del orbe”.
El historiador Lucas Alamán escribió años después: “Fue un momento fundacional, lleno de esperanzas. Marcaba para la posteridad el verdadero alumbramiento de la nueva nación y sólo bastaron tres años para que los odios de partido, la lucha de facciones y la intolerancia borrara de la memoria colectiva fecha tan memorable. Y como un gran drama histórico, hacia noviembre de 1824, cuando Iturbide ya se encontraba en el infierno cívico luego de ser fusilado el 19 de julio anterior, el exaltado Congreso expidió un decreto que suprimía el 27 de septiembre como “fiesta patriótica”, quedando como tales, exclusivamente el 16 de septiembre y el 4 de octubre -fecha de promulgación de la primera constitución de México. La consumación de la independencia había sido suprimida por decreto”.
Y es que a muchos no les gustó que Iturbide se haya nombrado emperador. Hubo luchas desde el principio. Traicionado por su ejército, abandonado por sus seguidores y repudiado por el pueblo, Agustín I tuvo que abdicar el 19 de marzo de 1823 y partir desterrado a, Italia.
Estando en el destierro se enteró de los planes de reconquista que España tenía reservados para México y mal aconsejado por sus partidarios, Iturbide decidió volver al país, partiendo de Londres el 4 de mayo de 1824. Sin embargo, el gobierno lo declaró traidor a la patria y ordenó que cualquier autoridad que lo capturase lo ejecutara en el acto. Y así fue. 19 de julio de 1824, Agustín de Iturbide murió fusilado como traidor en Padilla, Tamaulipas.
Por lo que toca a Vicente Guerrero, en la elección presidencial de septiembre de 1928, había muchos que apoyaba la candidatura de Vicente Guerrero, pero otra facción prefería la del moderado Manuel Gómez Pedraza. Éste último resultó elegido, pero se alegaron trampas en el proceso electoral y las rivalidades internas desencadenaron el levantamiento llamado de La Acordada, dirigido en la capital por el propio Guerrero y apoyado por el general Santa Anna, que exigía la anulación de las elecciones. Sometido a una fuerte presión, el Congreso acabó por destituir a Gómez Pedraza y proclamó presidente constitucional a Guerrero, que luego fue destituido en las luchas por el poder.
Luchó Guerrero denodadamente para recuperar el poder, y obtuvo resonantes éxitos militares. Pero entonces Anastasio Bustamante y su ministro de Guerra, José Antonio Facio, fraguaron una traición. Un mercenario genovés llamado Francisco Picaluga. En Acapulco, Picaluga invitó a Guerrero a subir a bordo del bergantín El Colombo, y allí fue hecho preso y, tras ser llevado a Oaxaca, se le sometió a un juicio sumarísimo y fue fusilado en Cuilapan el 14 de febrero de 1831.
Por su traición, Picaluga recibió del ministro de Guerra cincuenta mil pesos; en tal cantidad se tasó la valía de un patriota que había dedicado veinte años de su vida a edificar una nación libre y justa. Herodoto Soto
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