Desde que terminó la Guerra del Pacífico en 1883, una secuencia de gobiernos bolivianos trató de resolver el enclaustramiento de este país a través de vías políticas. Se acercaron a su némesis, pero nunca lograron convencerlo. El actual gobierno boliviano de Evo Morales apeló al Derecho Internacional, pero esta semana el fallo de la Corte Internacional de Justicia acabó de ponerle el último remache a la opción jurídica. La alternativa militar nunca puede ser una posibilidad efectiva porque es contraproducente, irrealista y destructiva.
¿Ahora, qué les queda a los bolivianos? A esta decisión internacional, los bolivianos tienen que analizarla con sangre fría, sin idealismos ni con ese nacionalismo exacerbado que normalmente acompaña después de una gran decepción. La respuesta a esta terrible tragedia no se encuentra en el futuro, sino paradójicamente está recostada en el pasado, esperando que alguien la despierte y la ponga a caminar.
Después de su independencia en 1825, Bolivia estuvo dividida en dos facciones, liderados por dos tipos de dirigentes cuya esencia política se distinguía por crear un estado independiente, por un lado, y por un estado geopolíticamente poderoso, por el otro.
El primer proyecto fue comandado por el ex realista Casimiro Olañeta, abogado de Charcas (hoy Sucre, capital de Bolivia) y sobrino del general Pedro Antonio Olañeta, último iconoclasta conservador y defensor implacable del absolutismo monárquico del rey Fernando VII durante el periodo independista.
Después de su conversión y tomar parte del lado de los patriotas, Casimiro Olañeta y sus más allegados seguidores –José Marino Serrano, Manuel María Urcullu, Mariano Calvimontes, Mariano Calvo, entre otros “doctores”— presionaron para que la nueva república sea totalmente independiente, sin afiliación alguna a Perú y/o a la Argentina.
Esta facción tenía intereses económicos y sociales. Quisieron disponer del nuevo gobierno y dominarlo para mantener el estatus quo de la colonia. De esta forma, conservar las instituciones sociales para seguir explotando la fuerza de trabajo del indígena boliviano. Por eso, antes de la llegada del Mariscal Antonio José de Sucre a la ciudad de La Paz, Olañeta se desplazó al altiplano Altoperuano (hoy Bolivia) para encontrarse con el insigne héroe de Pichincha a las orillas del río desaguadero y presentarle un decreto secreto pactado con su facción conservadora. Este documento fue base de la Constitución de 1826, misma que dio origen a un poder legislativo tricameral sin sentido.
El otro grupo estuvo liderado por el Mariscal Andrés de Santa Cruz Calahumana y secundada por patriotas héroes que lucharon directamente en los campos de batalla, como José Miguel Lanza y José Ballivián, entre muchos.
En proyecto social de Santa Cruz fue más incluyente que el de Olañeta y políticamente fue más adecuado a la realidad boliviana. Una vez llegado al poder, Santa Cruz dispuso anular la constitución olañetista y la remplazó la Constitución de 1931. Su gobierno fue el más fructífero de ese periodo en la región; introdujo códigos civiles y mercantiles; dio vida al derecho penal, procesal y de minas. La Universidad de San Andrés de La Paz y la Universidad de San Simón de Cochabamba nacieron en su gestión presidencial.
Sin embargo, el legado más importante de Santa Cruz fue en el ámbito internacional. Su condición de líder nato en Perú y Bolivia le permitió sellar la Confederación Perú-Boliviana en 1836. Santa Cruz derrotó política y militarmente uno por uno a sus eternos rivales, empezando al interior de Bolivia, luego en Perú, Argentina y Chile. Empero, sus enemigos se reagruparon, armaron un frente común alrededor de un batallón chileno organizado por Diego Portales. El general chileno Manuel Bulnes lo derrotó en Yungay, en enero de 1839.
De no haber sido por ese resultado adverso, boliviano-peruanos estarían respirando el fragor de los vientos provenientes del Océano Pacífico. Con la derrota militar de Santa Cruz, su proyecto confederal Perú-Boliviano fue sucumbido por el tiempo, pero nunca enterrado.
Así, después de la noticia devastadora proveniente de la Corte Internacional de Justicia, los bolivianos deben tener la audacia de desempolvar la maravilla del Mariscal Andrés de Santa Cruz y recordar al pueblo peruano que en tiempos del incanato fueron uno, lo mismo durante un breve tiempo del periodo republicano.
Es tiempo que los bolivianos contemplen otras ideas revolucionarias y no se mantengan en una estrategia dañina que les ha dado el mismo resultado año tras año.
Dr. Humberto Caspa, Ph.D., es docente e investigador Eminente de visita en Columbus State University, Georgia, USA E-mail: hcletter@yahoo.com
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