De él se podría escribir un libro con tinta de oro y no sobraría tinta; su extensa trayectoria artística, su legado musical y en el cine, su amor por la familia y la tierra dejan una profunda huella.
De él se podría escribir un libro con tinta de oro y no sobraría tinta; su extensa trayectoria artística, su legado musical y en el cine, su amor por la familia y la tierra dejan una profunda huella. Es difícil escribir con un nudo en la garganta, cuando las memorias se agolpan y se mezclan con el “Triste Recuerdo’ de su partida
– como dice su canción. Pero también se evocan los momentos inolvidables, debajo de un sauce llorón contemplando el paisaje y sentir la esencia de ese hombre de raíces férreas, de ese hombre en el que puedo descubrir el campo en su mirada. Ese hombre que está muy lejos de ser artista y me regala un membrillo que él mismo cortó, orgulloso de que la cosecha de este año 1997 fue todo un éxito. Un éxito que se lleva a la mesa, para preparar un sabroso atole de membrillo que disfruta junto al amor de su vida. ‘Flor Silvestre’, la mujer que lo cuida con devoción y me cuenta más que orgullosa del día de su boda y sin dejar de tocarse y de expresarse su cariño, me dan clases de lo que es un matrimonio y el verdadero significado del amor. Estamos lejos, muy lejos del ruido de las urbes, desconectados de la televisión y el mundo. En El Soyate, no existen cámaras, ni luces, ni aplausos, sólo el canto de los pájaros y un latoso jilguero que me despierta irreverente a las cinco de la mañana.
“Lo que se siembra se cosecha Paisanita, me dice una tarde en la casa de sus padres en Tayahua” Y efectivamente se comprueba ahora, al ver volcado a todo el pueblo de Zacatecas, de la capital de México y en otros lugares del mundo para despedir a un ídolo, a un ranchero zacatecano, al verdadero Charro de México. Ese mismo hombre que se detenía para saludar a los campesinos y le dicen Tata con amor y respeto, el mismo que visitó la Casa Blanca hace ya varias décadas, en repetidas ocasiones y El Presidente Reagan, lo llamo ‘Amigo’. El mismo que llenó plazas de Costa a Costa y que fuera el primero en llenar el Madison Square de N.Y. Junto a toda su familia a los que inculcó respeto por el público y rectitud e integridad. El mismo hombre que durmió en las bancas de La Placita Olvera, sin documentos y tuvo que vender su reloj de oro para poder comer, ese mismo que estudio inglés y actuación para convertirse en actor de Hollywood.
Y años más tarde producir y dirigir su propio cine que se ha convertido en películas clásicas y quien no lo recuerda junto a Miguel Alemán en Los Hermanos de Hierro (1961) o con Fernando Casanova, en ‘El Fin de un Imperio’ (1956) o con Lorena Velásquez en El Norteño y Vuelve El Norteño (1962 y con Marga López, Rosa de Castilla, Antonio Badu, María Félix, Eulalio González “Piporro”, Lucha Villa, Miguel Zacarías, Xavier López y tantos otros y obviamente con su esposa Flor Silvestre en Triste Recuerdo. Un actor que llevó a los héroes revolucionarios y la historia de México al cine para difundirla al mundo entero y tal vez lo más importante es que Antonio Aguilar a lomo de caballo se convirtió en un símbolo de la charrería y de la mexicanidad. Siempre trabajando, grabando, estudiando, preparándose y llevando su espectáculo por todo el continente. Ese mismo hombre que se le avivan los ojos cuando me habla de su mujer Guillermina Jiménez, a quien todos conocemos como “Flor Silvestre” y sonriendo pícaramente dice “Que Chulada de Vieja… ¡Sí, Señor!”.
El sí, se puede decir que fue un artista completo; actor, guionista, productor, cantante, director de cine, uno de los primeros que cantó con norteño, con banda, con mariachi, un repertorio musical impresionante. Un hombre de familia, buen padre, buen hijo y amante esposo. Un hombre íntegro de palabra, de los que ya no hay, el amigo, el consejero, ese que se lleva en el alma. Al que vamos a extrañar, al que ya no podremos abrazar, ni recibir su bendición como era su costumbre… Al que enterrarán en el árbol que sembró su padre el día que el nació en Tayahua, Zacatecas, junto a sus raíces, a su ombligo umbilical, a sus padres, regresando a la tierra que tanto amaba.
Pero perdurará su recuerdo, el que debutó profesionalmente en la XEW en 1950 para convertirse en El Aguila Real. El que se convirtió en una de las principales atracciones del Teatro Follies Bergere junto a Mario Moreno Cantinflas. El que tiene una estrella en Hollywood, ahora convertido en santuario, a donde llegan sus fieles admiradores a depositar sus flores y sus veladoras. El Ranchero, El Charro de México, El Embajador de la Música Regional Mexicana, no ha muerto y su nombre se engrandece a cada instante y nosotros los latinos también nos engrandecemos pero de orgullo…. Que descanse en Paz Don Antonio Aguilar!
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